Las obras que se anunciaron pero nunca se hicieron

Del tren bala a la aeroísla, el país de las promesas
En veinte años de democracia se prometieron puentes, rutas, autopistas; se anunciaron trenes superveloces y hasta el traslado de la Capital. Algunos proyectos fracasaron por la crisis, por peleas políticas o porque eran imposibles. Otros costaron millones de dólares aunque ni siquiera se empezaron.

Gerardo Young.
gyoung@clarin.com


No es éste un país maravilloso? Puentes por todos lados, rampas para discapacitados, autopistas modernas, tren bala a Mar del Plata, estadios techados, tangódromos, edificios públicos recién pintados, aeropuertos sobre el río, bicisendas, canchas que absorben inundaciones y un Riachuelo impecable y perfumado, donde bañarse con abuela, nietos y cachorros.

Un país maravilloso, sólo que inconcluso: la lista de obras públicas anunciadas pero nunca terminadas es otra deuda de estos 20 años en democracia.

Polvo y telarañas cubren hoy las maquetas y los planos que se trazaron para el traslado de la Capital Federal a Viedma-Carmen de Patagones-Guardia Mitre, ciudades que estallaron de alegría el miércoles 27 de mayo de 1987, cuando el Congreso aprobó el proyecto de Raúl Alfonsín. Esperaban inversiones y progreso, pero sólo se quedaron con el viento. "El proyecto empezó tarde, cuando el Austral (la moneda nacional de entonces) se empezaba a pinchar y el radicalismo entraba en una debacle. Pero era un proyecto barato y aún hoy reivindico su objetivo de descentralizar la megalópolis porteña", señala Aldo Neri, titular de la Comisión de Desarrollo Patagónico y Traslado de la Capital, cuya existencia sólo recuerdan los archivos.

Lo de barato corre por su cuenta: el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) otorgó un crédito de 80 millones de dólares para mejorar los servicios de agua potable, alumbrado y cloacas de la futura capital, que, lógicamente, hubo que devolver.

Se puede armar una colección de promesas incumplidas. Un tren iba a unir Vicente López con Avellaneda; otro iba a burlar piquetes camino a Ezeiza; las terminales de Once, Retiro y Constitución iban a brillar como en París; la avenida Corrientes iba a tener árboles en lugar de veredas rotas, mejor circulación, las luminarias de Broadway.

Funcionario que corta cinta con demasiada pompa, obra pública de finalización dudosa. Alfonsín fue el primer presidente que anunció el puente Buenos Aires- Colonia, pero no el último: aún hoy funciona una comisión que estudia la viabilidad del proyecto. La ineficacia sale cara: de 1986 a la fecha, el Estado ya gastó 25 millones de dólares y todavía no plantó ni un pilote. A Uruguay, mejor en barco.

Pasaron 3.900 días desde aquel 4 de enero de 1993, cuando María Julia Alsogaray juró limpiar el Riachuelo en 1.000 días. El proyecto iba a demandar 500 millones de dólares, pero fracasó. Aún sin hacerse, costó más de seis millones de dólares, que hubo que pagar al Banco Interamericano de Desarrollo (BID), por no usar los créditos que se habían concedido para la obra.

También el padre de María Julia, Alvaro Alsogaray, transita por la galería de proyectos que ni Ramsés II se atrevió a diseñar. Hace una década, el capitán ingeniero fue el principal impulsor de la aeroísla, que iba a reemplazar al Aeroparque metropolitano y a demandar una inversión cercana a los 1.600 millones de dólares. El Aeroparque sigue allí, remodelado y sin camión de mudanza a la vista.

Para despejar la avenida 9 de Julio, Carlos Menem amagó con demoler el edificio que ocupaba el viejo Ministerio de Obras Públicas, mirado por una multitud el día en que Evita renunció a ser candidata a vicepresidenta de la Nación. La mole sigue allí, con los ministros Ginés González García y Alicia Kirchner como principales ocupantes.

Iba a levantarse una Ciudad Judicial cerca del río, pero los juzgados siguen desparramados por toda Buenos Aires, atestados de expedientes. La Ciudad Universitaria quedó a medio terminar y habitada por solitarias columnas de cemento, que sólo sirven a la curiosidad de los que prolongan su paseo por la Costanera.

Impericia, burocracia, olvidos, corrupción, los imprevistos de la devaluación o simples cambios de planes se acumulan como capas de pinturas en las paredes de este país inconcluso.

"El año pasado se paró todo por la macroeconomía: cambiaron los sistemas de crédito, los precios, todo", alega el secretario de Obras Públicas porteño, Abel Fatala, que se dejó bautizar "Acuaman" al sumergirse en los desagües de la Ciudad en plena inundación.

En la Capital maravillosa debía existir un estadio mundialista de vóley para 12 mil personas en Villa Soldati, aprobado por la Legislatura en el 2000, para envidia del empresario del rubro Marcelo Tinelli y como aliento urbano a la desfavorecida zona sur. El mundial se jugó el año pasado, otra vez en el Luna Park. Y en la zona sur sigue habiendo menos baldosas que baldíos.

En aquel país maravilloso (el de las promesas) se podría viajar de Buenos Aires a Mar del Plata en menos de tres horas, gracias a un tren bala similar al que despeina al monte Fuji en Japón. Otro tren ultraveloz (y ultracómodo y ultraeconómico y ultralimpio) llegaría al Aeropuerto de Ezeiza en 20 minutos desde el microcentro, para comodidad de los turistas y desgracia de los remiseros.

La fantástica autopista de la Ribera, un camino que correría por debajo, por arriba o al ras de Puerto Madero, según el anuncio, aliviaría el tránsito de Buenos Aires y permitiría unir los 800 kilómetros que van de Santa Fe a Mar del Plata en ocho horas. Sólo falta que alguien la haga.

Buenos Aires hubiera sido también la capital de las bicisendas, si prosperaba un proyecto menemista de descontaminación del tránsito. Y el ferrocarril no cortaría la Ciudad por la mitad, gracias a los pasos que se construirían sobre las vías paralelas a la avenida Rivadavia.

En el país de las maravillas, el Estadio «único de La Plata hubiera abierto las puertas para más de un partido, como sucedió hasta ahora con la inauguración entre las selecciones de Argentina y Uruguay. Los clásicos jamás se suspenderían por lluvia, ya que el estadio tendría el techo que muestran sus maquetas preliminares. Desde 1991, la construcción demandó 76 millones de pesos , lo más caro fue el techo y se estima que se necesitan otros 20 millones para pulir los "detalles".

Aquí termina esta primera recorrida por los castillos en el aire de un país tan maravilloso como incompleto. Pero continuará.


EL TRASLADO DE LA CAPITALLa costosa mudanza de la Casa Rosada
Se hubiera tenido que cambiar el dicho que afirma: "Dios está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires". El traslado de la Capital a Viedma parecía un hecho en 1987, cuando el Congreso aprobó la iniciativa del presidente Raúl Alfonsín.

El proyecto de descentralización del Estado se planteó como parte del nuevo país que se gestaba tras la noche militar. Hubo júbilo en la Patagonia y 23 mil empleados públicos preparaban la mudanza. Pero todo quedó en la nada.

Una curiosidad: cuando Alfonsín dejó el poder, en 1989, el proyecto seguía técnicamente en vigencia.
NOTA: Publicado en el diario Clarín el Domingo 9 de noviembre de 2003

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