La Ciudad y la Capital

Documentos varios, articulos, reportajes. Fundación Arturo Illia jueves 14 de junio de 2007 @ 01:26 ART


I. En todo el pomposamente llamado “debate”- que no se reduce al show televisivo - para las elecciones de la Capital Federal, se ha evitado la discusión sobre el problema estructural de la auténtica e histórica cuestión de la Capital. Esta es por cierto una cuestión nacional, que ha de interesar y comprometer a todo el conjunto de los argentinos, cualesquiera sea el lugar territorial donde habiten. Es asombroso, y resulta insólito, que quienes pretenden gobernar no incluyan en su programa una clara definición de lo que piensan de la autonomía de la Ciudad y de la vinculación que esta tiene, como Capital, con el conjunto de la nación.


Esta cuestión es de índole esencialmente política, pero con consecuencias y efectos económicos y sociales. Constituye quizás el más importante desafío del pasado y del futuro de la ciudadanía argentina. Por cierto no está en juego simplemente el tema vecinal de los baches y la suciedad, la inseguridad y la decadencia de las escuelas y los hospitales de los porteños. Estos son los problemas de la ciudad, y lo que esta ausente es la discusión sobre la capital. No se trata de un problema de gestión eficiente del municipio. Pero tampoco una cuestión de “modelos” en pugna: en primer lugar, porque no están para nada definidos ni claros, excepto la irrupción del Presidente, no con el objeto de plantear la cuestión nacional, sino con el mezquino interés de acumular votos presuntos para las elecciones presidenciales del próximo mes de octubre.


II. A pesar de la trampa lingüística implicada en las pretenciosas denominaciones de “Ciudad Autónoma de Buenos Aires” en vez de Municipalidad, de Jefe de Gobierno, en vez de Intendente, y de Legislatura de la Ciudad, en vez de concejo deliberante, la naturaleza jurídico política de Buenos Aires, tal como está definida por la Constitución Nacional, y la llamada Ley Cafiero –, permanece en la mas oscura ambigüedad.


Recordemos los contenidos de aquel texto: La Nación conserva todo el poder residual y continua ejerciendo su competencia en materia de seguridad y protección de personas y bienes, quedando la Policía Federal como hasta ahora.



La Justicia Nacional ordinaria permanece también como hasta ahora en el ámbito del Poder Judicial de la Nación, quedando para la ciudad la jurisdicción sobre vecindad, contraveciones y faltas y en materia contenciosa administrativa y tributaria loca.
La Nación se reserva virtualmente la competencia en materia de servicios públicos que excedan el ámbito de la Capital.
Y quedan en jurisdicción nacional tanto el Registro de la Propiedad Inmueble como la Inspección general de Justicia.


Cabe señalar que la autonomía de la Ciudad de Buenos Aires fue duramente rechazada por los gobernadores de Provincias (especial el de la Provincia de Buenos Aires) durante las discusiones de la Convención Constituyente. Y que además, la llamada Ley Cafiero fue votada por el bloque Justicialista y sus aliados en el Congreso de la Nación. Esto es: las restricciones y la virtual desaparición de la autonomía contaban con la aprobación no solamente del Gobierno de Carlos Menem, sino con la de los gobernadores y bloques legislativos oficialistas.


Ahora bien: teniendo en cuenta la práctica del gobierno y del conjunto de los gobernados, la condición de la Ciudad de Buenos Aires es la de un municipio, que tiene menos atribuciones reales, por ejemplo, que la ciudad de Bariloche.


III. Pero ocurre algo muy excepcional y superlativamente importante: ese núcleo urbano es, al propio tiempo, el territorio de la Capital Federal, residencia de las autoridades estatales nacionales en sus tres poderes, y que la mayoría de los servicios esenciales – agua, energía, comunicaciones y transportes – que aquí se prestan, depende del gobierno Nacional. Y sobre todo de las empresas privadas nacionales y extranjeras que las explotan y gestionan. La Policía y la Justicia son de la Nación, y están sostenidas por todos los argentinos. Ante esta situación, la relación puramente vecinal propia de un municipio, se trastoca, se amplia y se convierte en algo mucho más complejo: un lazo que combina, pero confunde y termina diluyendo, los conceptos de ciudadanía y de vecindad. La Capital es de todos los argentinos, obviamente, pero no todos son vecinos de ella, porque en ella quieren gobernar solo los que ahí viven y votan. Esta pretensión, paradojalmente, le quita importancia y transcendencia a los mismos porteños, cuya “inteligentzia” ya no se piensa como capital.


Por lo pronto, debe admitirse que en los problemas que padecen deben incluirse, agigantados, los sufridos por el enorme conurbano del Gran Buenos Aires, en el que convive la mas extrema pobreza y desamparo en sus barrios humildes y en sus villas marginales, con la mas extrema exhibición de riqueza en los llamados barrios privados. Las dificultades del transporte y del transito las sufren quienes viviendo en el conurbano se deben trasladar todos los días al centro de la Capital. En ellos predominan las clases medias y bajas en los trenes. Los más acomodados van en los autos que se amontonan absurdamente en los accesos viales. Las soluciones de estos problemas están en la orbita del Gobierno Nacional, no del municipio.


En el mismo radio restringido de la Capital Federal aumentaron las tasas de indigencia y de pobreza en más de un 60 por ciento, la brecha entre pobres y ricos que separa el 10 % más rico del l0% más pobre aumentó ciento veinte veces desde 1998. Los indicadores de la desigualdad, ejemplifican en esta región las causas del crecimiento de la inseguridad y de los delitos contra la propiedad.


IV. Desde que la Ciudad se declaró autónoma y sus autoridades ejecutivas, legislativas y judiciales se conformaron según su propia constitución, los problemas de los porteños se agravaron: la burocracia ineficiente creció de manera desproporcionada en todos los organismos locales a pesar de su muy limitada competencia. El poder de los sindicatos corruptos creció de manera alarmante. La influencia política de los grandes consorcios de la construcción y comercialización inmobiliaria, basado en un creciente desorden urbanístico, aumentó en la misma proporción que sus rentas especulativas. Paralelamente se agudizó la crisis de la vivienda popular. Hay en nuestra orgullosa capital casi medio millón de personas en emergencia habitacional y más de 800.000 inquilinos, que han de pagar arriendos exorbitantes.


No se trata en la actual contienda de candidatos a ejercer el gobierno de la Ciudad, de saber quien representa el modelo neo-liberal y quien el progresismo. Ese antagonismo ya no se lo cree nadie, pero revela la misma descomposición mental en los nuevos políticos que en los más viejos zorros de la politiquería del contubernio



Durante los llamados a si mismos gobiernos progresistas que han ocupado la jefatura de gobierno, desde 1995 hasta hoy, la ciudad no ha progresado mas que en sus antiguos males. Uno podría decir que la autonomía ha fracasado en todos los órdenes: ni se pudo poner en vigencia real, ni pudo siquiera gestionar decentemente los más básicos deberes que le incumben como municipio. Cuando los gobiernos de Buenos Aires no eran autónomos algunos fueron muy malos, pero todos los autónomos fueron peores.


V.Definamos con mayor claridad el tema real y profundo que ha de ser encarado por la política argentina: la cuestión de la Capital no es una cuestión porteña ni bonaerense. Es de todos los argentinos, porque en ella se dirime el poder político, la distribución territorial de los recursos económicos y de las prioridades de gobierno.


Esta definición nada tiene que ver con los intentos de “nacionalizar” la campaña electoral en la Capital, porque, como ha quedado dicho, lo que le interesa al Presidente es la elección de octubre. Por lo demás al presidente no le preocupa, y más bien le molestan profundamente los problemas de la Capital Federal, y del Gran Buenos Aires.


Como si primase en sus concepciones el viejo resentimiento del mas mezquino provincianismo, confunde ignora hasta la historia y la importancia de la cuestión de la Capital. Un ejemplo de ello es su contumaz persistencia en rememorar el 25 de mayo fuera de Buenos Aires. Recordemos que el 25 de mayo es una fecha de carácter esencialmente porteño, que actuó como hermana mayor en el inicio mismo de la conciencia independentista y la conformación de una nueva Nación libre y soberana. Fue justamente una institución municipal, como el Cabildo de Buenos Aires, donde se radico la génesis de la Revolución.


El frustrado Proyecto del Gobierno del Presidente Alfonsin, de traslado de la Capital Federal a Viedma-Carmen de Patagones, fue ferozmente atacado, principalmente por los intereses de los monopolios económicos y el poder financiero de Buenos Aires, beneficiados por sus relaciones con el poder estatal.

Sin embargo, podría admitirse que fue aquella idea y aquel proyecto apenas diseñado, con sus deficiencias y debilidades, el único y más central ensayo para modificar sustancialmente las estructuras políticas y económicas de la Republica. Dio la oportunidad para debatir y en definitiva resolver la vieja cuestión de la capital, que es la más “capital” de la política argentina, con mayúsculas. En la medida que esta cuestión no forme parte de la conciencia ciudadana, incluida la quejosa porteñidad y su caduca élite política, se seguirá agravando. Buenos Aires ha dejado de cumplir su misión de capitalidad, esto es de “preocuparse y de ocuparse” como cabeza política, de toda la Nación. Y su pretensión de autonomía, no hace más que achicar esta misión decisiva, que se origina en mayo de 1810. Recordemos, al respecto, que el reclamo por la autonomía y lo que ello significa – autogobierno pero también autofinanciamiento - no ha sido un reclamo popular, sino un súbito aprovechamiento de algunos políticos porteños en los apurados días posteriores al pacto de Olivos y a la reforma de la Constitución Nacional en 1994. Lo que allí importaba era la reelección presidencial.


Es mas: la cuestión de la autonomía amplia de la ciudad (que incluye no solo el gobierno de si mismo, sino la disposición y administración autárquica de servicios, propiedades, y poderes estatales y la propiedad y dominio de importantes bienes inmuebles) apareció casi imprevistamente en el núcleo de coincidencias del Pacto de Olivos, de 1994. Hasta entonces, lo que sí tenía consenso en los partidos políticos nacionales era la elección popular del Intendente de Buenos Aires


Lo que a nuestro juicio es más grave, en la actual coyuntura electoral de la Ciudad de Buenos Aires, es la virtual renuncia de las Provincias para intervenir en este debate, que les incumbe directamente. Es necia la respuesta común: “ese un problema de los porteños: que ellos se las arreglen.”, no sin un dejo de resentimiento y de egoísmo falsamente entendido, tan grave como el de los porteños.

En fin: se esta hablando mucho, y superficialmente, de los candidatos. En el mejor de los casos se recitan propuestas vacías, pero nada se dice de los problemas de la capitalidad de Buenos Aires. Es en esa desinteligencia, en esa torpe omisión, donde se descubre el debate que falta. Esta ausencia no es mas que una muestra de nuestra larga decadencia política, tanto de los que la piensan – o que deben pensarla- como de quienes la ejecutan. En el debate que se da en la capital, no sobre la capital, la política pequeña se esconde tras el falso dilema de “gestión eficiente” o “confrontación de modelos”.

Este informe ha sido preparado por el instituto de Análisis Político de la Fundación Arturo Illia para la Democracia y la Paz.

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* Texto ampliado y corregido de la nota aparecida en el Diario Rio Negro, de General Roca, suscripta por Osvaldo Alvarez Guerrero, el día 13 de junio de 2007.con el titulo “El debate en la Capital”


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