Discurso de Alfonsín sobre la Segunda República

El siguiente es el texto del mensaje que acompañó al anteproyecto de ley enviado al Consejo para la Consolidación de la Democracia y que el doctor Alfonsín expuso el martes 15 de abril de 1986 al país por radio y televisión:

Señores consejeros: Tengo el honor de presentarles un anteproyecto de ley que traslada la Capital de la República a las márgenes del curso inferior del río Negro, en jurisdicción de las provincias de Río Negro y Buenos Aires. Como lo expongo más adelante, entiendo que hay razones de peso en favor del mismo, y, como es de tal trascendencia para el futuro del país, considero necesario contar con vuestro asesoramiento antes de adoptar la decisión definitiva de enviarlo al Honorable Congreso de la Nación.

Esa decisión debería completarse con la implementación del proyecto de creación de una nueva provincia que incluyera a la ciudad de Buenos Aires.

Asimismo, estas determinaciones deberían encuadrarse en el contexto de la transformación de las estructuras políticas y sociales que han inspirado la convocatoria a este Consejo y que significaría, de llevarse a cabo, la fundación de una nueva República, todo lo cual requeriría simultáneamente algunos estudios específicos a los que más adelante se hace referencia.





Decisión de alta responsabilidad

Esta es una decisión de alta responsabilidad, que plantea el tema que en el pasado suscitó tan diversos conflictos que perturbaron en su momento la todavía no consolidada organización nacional.

Si esta cuestión encendió antes controversias apasionadas y desencuentros históricos, no debería constituir ahora, sin embargó, una incorporación traumática al debate de los grandes temas nacionales. Debe tratarse, por el contrario, de un acto natural, maduro, en una sociedad que busca una solución profunda a lo que es ya un prolongado problema nacional una solución cuya necesidad se impone por sí misma con la fuerza de las convicciones arraigadas.

En pocas cuestiones como ésta, ha habido desde la decisión, de 1880 hasta la actualidad, tan clara conciencia de las serias y graves perturbaciones que la capitalización de Buenos Aires iba a traer al desarrollo general de la República. En pocos casos como éste, el transcurso del tiempo, lejos de ir atenuando las dificultades que se previeron en su momento, ha llevado a las mismas a extremos que culminaron con una deformación del conjunto nacional.

En ello han coincidido destacados hombres públicos, historiadores, sociólogos y observadores críticos de la realidad argentina.

Pero cada vez que han debido afrontarse las decisiones lógicas acordes con la gravedad del diagnóstico realizado, una extraña parálisis fue malogrando todas las iniciativas. Los argentinos parecieron aceptar resignadamente lo que podrán interpretar como una fatalidad histórica, un hecho ajeno a la voluntad humana que los hombres y mujeres de nuestro país no se atreverían a modificar.

No es así, sin embargo. Una decisión de esta naturaleza debe involucrar una conciencia profunda sobre los destinos del país. El carácter trascendente con que debe mensurarse es similar al de las decisiones que tomaron otros pueblos en condiciones más difíciles o más confusas.





Desmesurada megalópolis

El crecimiento de la Capital, hasta constituir una desmesurada megalópolis, que fue poco a poco invadiendo, paralizando o distorsionando las fuerzas de todo el país, ha significado, en los hechos una deformación del sistema político nacional y del núcleo de creencias y conceptos fundamentales que dieron origen a nuestra Nación. Tal como se predijo en su momento, el crecimiento metropolitano ha transformado el sistema político argentino, destruido las bases del federalismo y creado una vasta y compleja red de dificultosas relaciones políticas, económicas y sociales. Leandro N. Alem examinó el tema en el famoso debate de la Legislatura bonaerense. Lo ubicó en el mismo sitio trascendente de definición de un sistema político, que es necesario reactualizar por tratarse de una visión profética que coincide con el diagnóstico de la actual realidad argentina:

“En esta cuestión -señaló- y en la forma que se presentan se entrañan, por así decirlo, las dos tendencias que más han preocupado a nuestros hombres públicos y más han trabado nuestra organización política; la tendencia centralista, unitaria, y aun puedo decir aristocrática, y la tendencia democrática, descentralizadora y federal que se le oponía.

“Siempre que esta cuestión ha surgido, pretendiendo una solución como la presente, al momento, también han aparecido en la lucha aquellas dos tendencias y la razón es sencilla. Para el régimen centralista y unitario, dadas las condiciones de nuestro país y el estado de las otras provincias, la Capital en Buenos Aires es necesaria, es indispensable, tiene que ser uno de los resortes principales del sistema, y para la tendencia opuesta, para el principio democrático y régimen federal, en aquel que se desarrolla, la Capital en este centro poderoso, entraña gravísimos peligros y puede comprometer seriamente el porvenir de la República, constituida en esa forma y por ese sistema”.

La evolución del caso argentino no ha hecho más que confirmar aquellas predicciones. El resultado observado en otros países del mundo ratifica el diagnóstico. Las capitales que coinciden con metrópolis económicas y demográficas han producido, como consecuencia, sistemas altamente centralizados y de concepción política básicamente unitaria. En cambio, los sistemas que han pretendido consolidar el régimen federal y mantener un equilibrio razonable entre las distintas regiones del territorio, aun a partir de sus diferencias relativas, han preferido siempre capitales centrales, en general modestas, administrativas y alejadas de las grandes urbes dominantes.

La primera tendencia ha sido predominante en Europa; la federativa se ha experimentado en los países nuevos como Australia, Canadá y los Estados Unidos, cuyas respectivas capitales se distanciaron premeditadamente de las ciudades dominantes. En los últimos años, Brasil ha seguido el mismo camino.



Diferencias abrumadoras

El desarrollo de una región, que ha monopolizado prácticamente el crecimiento económico del país, produjo una deformación y acentuó diferencias de desarrollo relativo, que son hoy abrumadoras a poco que se comparen algunos datos de la realidad. El área metropolitana de Buenos Aires no solamente abarca el treinta y cinco por ciento de la población total del país, sino que consume el treinta y nueve por ciento del total de la energía facturada en la República, su personal ocupado en comercios y servicios representa el cuarenta y cinco por ciento del total y el personal ocupado en la industria manufacturera el cuarenta y ocho por ciento. Es evidente que la concentración de actividades económicas es aún mayor que la concentración poblacional.

En la Argentina el contenido centralizador de las decisiones políticas fue restringiendo, en forma cada vez más notoria, las facultades propias de las provincias, que no pudieron disponer de los medios para proveer por si mismas a su desarrollo. Por ello la reconstrucción del federalismo argentino no es una idea nostálgica, fundada en la premisa del volver al pasado. Por el contrario, se trata de incorporar a la administración del Estado las formas más modernas y eficientes que se expresan hoy como un fenómeno universal en todas aquellas naciones que evolucionan hacia sistemas más adecuados a su desarrollo económico y social acelerado y autosostenido. Este proceso se ha manifestado incluso en aquellos países fuertemente unitarios como Francia o Italia, o que salen de procesos políticos autoritarios como España. Es que en el mundo moderno la exigencia de la descentralización y el vigor de un régimen federal no constituyen solamente resguardo de las libertades públicas e individuales, sino que son también respuestas técnicas de carácter jurídico e institucional a las necesidades de un mundo cada vez más complejo y cambiante que requiere soluciones políticas inmediatas y eficaces.

La elección del área descripta en el artículo primero del Proyecto de Ley como Capital de la República Argentina se inscribe en este propósito de recrear el federalismo argentino, modernizando la administración y descentralizando las decisiones. Pero, además, resulta un elemento imprescindible para incorporar al futuro del país una región que forma parte de uno de los más grandes espacios vacíos existentes en el mundo. Se trata de una propuesta de transformación del país, de un cambio que permita armonizar la suma de desarrollos regionales que integren coherentemente y definitivamente a la Nación.



Una ciudad de 200 años

Viedma cumplió hace poco doscientos años de existencia y fue la primera capital de la Gobernación de la Patagonia, creada por ley de octubre de 1888, cuya jurisdicción terminaba al Sur de la Tierra del Fuego. Se incorporaba, así, esta región en forma definitiva, al patrimonio territorial de la Nación.

El área elegida para la radicación de la nueva Capital está asentada sobre las márgenes del río Negro, el río interior más caudaloso del país y en ella confluyen dos extensas regiones que configuran dos fisonomías contradictorias de la República.

Está en el límite de la pampa húmeda, que ha constituido desde hace siglos el sustento de la prosperidad nacional, y está al comienzo de las extensas planicies patagónicas, reservorio de las mayores disponibilidades energéticas del país y que siguen siendo una puerta abierta misteriosa y expectante, como una esperanza del destino nacional.

Pero el área asignada tiene también una ubicación estratégica especial. Emplazada cerca de la mitad del eje longitudinal del país y asomada al extenso litoral marítimo patagónico, fue fundada respondiendo a una decisión geopolítica de la Corona Española, a fines del siglo XVIII.

Hubieron de pasar dos siglos para que la reciente historia argentina hiciera resurgir las circunstancias del pasado y demostrara que los riesgos de un destino incumplido y un desarrollo postergado podrían ser letales para el interés nacional.

En los últimos conflictos internacionales la Patagonia se convirtió en el lugar estratégico más importante y demostró la extrema vulnerabilidad del territorio argentino.



Guerra de las Malvinas

En los momentos en que la Guerra de las Malvinas adquirió su máxima intensidad, los argentinos tomaron conciencia de las graves consecuencias que el subdesarrollo de una región tan extensa y expuesta podría tener para la integridad del país.

No se trata, naturalmente, de determinar el emplazamiento de una capital sobre la base de exclusivas consideraciones estratégicas de carácter militar, sino advertir en que medida el subdesarrollo, la falta de población, de medios de comunicación y de capacidad para defenderse siguen colocando, como hace doscientos años, a esta región como el sitio más frágil de la estructura geopolítica de la Argentina.

El control del Atlántico Sur constituye una fuente potencial de riesgo en la medida en que las vías de comunicación que han reemplazado al estrecho de Magallanes siguen constituyendo vías vulnerables en cualquier situación de conflicto aun limitado, como puede ser el canal de Suez o el de Panamá.

El vasto territorio que se extiende desde el litoral marítimo hasta los límites internacionales, desde Mendoza hasta el extremo Sur, pone en evidencia sus dificultades para cubrir las necesidades logísticas del emplazamiento militar en un conflicto. Es una frontera expuesta que no puede ser resuelta en términos exclusivamente militares.

Una política, pero fundamental para la seguridad, requiere la expansión y el crecimiento de esa región para eludir los riesgos inmanentes a un conflicto.



Nueva provincia

En el mismo sentido, he enviado al Congreso de la Nación un proyecto de ley tendiente a propiciar la creación de una provincia en el ámbito del Territorio Nacional de Tierra del Fuego.

Ese proyecto tiene el objeto de favorecer el crecimiento de esa región del país, para lo cual resulta necesario que los habitantes tengan la posibilidad de dictarse su propia Constitución, adquirir la autonomía que deriva de la provincialización de las tierras que ocupan y establecer su propio Gobierno de acuerdo con sus normas constitucionales.

Por otra parte, la ocupación de los espacios vacíos que conforman nuestras fronteras más australes resulta necesaria para generar focos de progreso que contribuyan a un desarrollo más armónico del país.

La expansión social, económica y cultural de esas zonas en buena medida depende del sacrificio de nuestros conciudadanos fueguinos, que, habiendo abandonado las comodidades que brindan las grandes ciudades, han ido a habitar aquellas zonas que parecen inhóspitas pero que prestan un futuro promisorio. Este paso puede constituir un atractivo para nuestra juventud al ofrecerles la posibilidad de contribuir a ese logro a través del ejercicio de su propia autonomía.



Comisión para la Patagonia

También en el día de hoy he dispuesto la constitución de una comisión dedicada a recopilar y compatibilizar proyectos de desarrollo de la región patagónica. La misma deberá proponer en breve plazo, de común acuerdo con las provincias patagónicas, los instrumentos y organismos que permitan impulsar un desarrollo equilibrado de cada una de las subregiones y de toda el área en general.

El desarrollo de la Patagonia no constituye una empresa imposible. Entre muchos argentinos existe la creencia de que, si se aplicaran criterios estrictos de eficiencia en la localización de las inversiones, las economías regionales tenderían a reducirse o a desaparecer, en tanto que crecerían las desigualdades en favor del conglomerado bonaerense del litoral argentino.

Esto no es así en absoluto con respecto a la región patagónica. Es probable que, por el contrario, las riquezas básicas derivadas en forma de materia prima hacia los centros consumidores del país estén contribuyendo encubiertamente a sostener el nivel de vida de las áreas más desarrolladas de la República.

Una impresión superficial y aparente de la región parte de supuestos equívocos cuando compara su austera fisonomía con las fértiles tierras de la Pampa húmeda, cuya calidad es, desde luego, incomparable.

Pero, así como en el pasado aquellas praderas fueron factor determinante de la expansión de las fronteras internas argentinas sobre la base de la exportación de productos agropecuarios, la Patagonia es hoy la reserva de energía más importante del país.

Además de los importantísimos recursos energéticos, la región patagónica cuenta con la mayor disponibilidad de tierras irregables en zonas templadas, capaces de producir crecimientos espectaculares en la producción de alimentos en cuanto se le incorporen los medios de infraestructura adecuada para posibilitar su desarrollo.

El litoral marítimo patagónico constituye, asimismo, una de las mayores reservas proteínicas del planeta y su zona andina es, además de un recurso turístico incomparable, una subregión de recursos hídricos, forestales y agropecuarios todavía prácticamente inexplotados.



Premisas del proyecto

La relocalización de la Capital Federal en el área individualizada en el proyecto tuvo, pues, en cuenta, múltiples aspectos: ubicación desde el punto de vista de la equidistancia respecto a las otras regiones del país, la existencia de redes de conexiones y comunicaciones, oferta del medio natural como inductor para localizaciones urbanas y como motivante para el desarrollo de actividades económicas, sociales y culturales; cercanía costera y de puertos naturales y existencia de infraestructura de servicios. El área en cuestión resume ventajas que responden positivamente a las distintas exigencias requeridas y demuestra poseer un alto grado de aptitud para localizar en ella la nueva Capital Federal.

En efecto, el territorio seleccionado reúne excelentes condiciones de equidistancia geográfica, posee instalaciones que permiten contar con un fluido tránsito ferroviario, vial, aéreo, fluvial y marítimo, calidad climática, abundante agua potable y de riego; la presencia de la costa marítima patagónica, la suave topografía muy favorable para el asentamiento humano, propio de una capital, la feracidad de las tierras, notablemente aptas para facilitar forestaciones urbanas y, en fin, la ubicación geográfica que permite una fluida relación Atlántico-Pacífico, a través de los pasos cordilleranos ya existentes en las provincias de Río Negro y del Neuquén y de equipamientos portuarios que Chile y la Argentina cuentan en esa latitud, todo lo cual posibilita vinculaciones internacionales que, sin duda, generarán un positivo impacto regional.



Buenos Aires, centro cultural

El traslado del poder político fuera de la ciudad de Buenos Aires no ha de privar a ésta de ser el centro neurálgico de la economía, de la cultura y de la política. Como lo demuestra el caso de Río de Janeiro, las razones que sostienen su crecimiento y su influencia se han de mantener sin dificultades y se han de acrecentar. Buenos Aires debe recuperar el carácter indiscutido de primer centro cultural de América latina, debe resolver los problemas que plantean la contaminación y el desorden ambiental para mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. Está destinada a robustecer el sistema federal con el singular peso de su riqueza y su prestigio, al convertirse en un distrito cuya relación con el poder central ha de ser determinante para el conjunto de las relaciones con los demás Estados.

El gobierno constitucional desde el mismo día que asumió sus funciones se propuso enfrentar con decisión los problemas que han roído las esperanzas y las perspectivas de progreso argentino. Lo ha hecho con la convicción de que cualesquiera que sean las dificultades derivadas de esta ciudad, nuestra generación, como las que lo hicieron en el pasado, debe abrir a las futuras rumbos más venturosos, contribuyendo a desatar los nudos gordianos que han impedido el desenvolvimiento de todas las potencialidades de la Nación. Si la convicción es que debemos resolver el problema del centralismo, no hay duda de que podremos hacerlo mediante la decisión política que procure las soluciones institucionales que correspondan.



Gran Buenos Aires

Como consecuencia del proyecto de traslado de la Capital Federal, deseo solicitar a este Consejo asesoramiento respecto a la conveniencia de crear una nueva provincia que comprenda la ciudad de Buenos Aires y partidos del Conurbano.

He hecho mención del crecimiento demográfico descontrolado del área metropolitana, a lo que debe sumarse un funcionamiento defectuoso de alto costo y bajo rendimiento, agravado por el surgimiento de situaciones que afectan a su población. Todo ello ha llegado a configurar un medio que afecta la calidad de vida de sus habitantes. Resulta claro que esa situación es consecuencia de la falta de control existente imprescindible para regular el equilibrio y el desarrollo de un área de la magnitud de ese conglomerado metropolitano.

Esto demuestra que a esta enorme concentración urbana es imposible organizar en lo que se refiere a su ordenamiento físico y ambiental, a través de un frondoso conjunto de normas de origen municipal, provincial y nacional, que, en lugar de actuar mancomunadamente, a veces lo hacen en forma competitiva, sin considerar las necesidades del conjunto y buscando a través de acciones separadas e inconexas el logro de soluciones para sus distritos. Cabe señalar que este resultado es consecuencia del sistema vigente, ya que cada autoridad tiene una jurisdicción definida, hecho que la obliga a responder por ella, perdiendo de vista el interés general y afectando a un conjunto, que, en la práctica, es un complejo urbano único y solidario físicamente, que se materializa y crece sin solución de continuidad.

Por último; y para completar el cuadro, se debe consignar la cantidad apreciable de organismos que atienden los problemas generados por las demandas de servicios e infraestructuras, que en la mayoría de los casos actúan separadamente, sin compatibilizar y coordinar sus proyectos y realizaciones.

Se podría seguir abundando en la descripción de las situaciones que se generan por la falta de criterios comprensivos de la problemática integral del área metropolitana bonaerense, pero lo que se considera conveniente es estudiar la posibilidad de contar con una jurisdicción única, que permita formular una programación planificada para poder ordenar y resolver orgánicamente el desarrollo de dicha área, permitiendo, por otra parte, un progreso más pujante y armónico de la provincia de Buenos Aires.



Comisión de expertos

Para proceder al estudio estrictamente técnico de las dos cuestiones mencionadas anteriormente, he dispuesto en el día de hoy crear una comisión de expertos que además de otras funciones, estará a disposición de ese Consejo para formular alternativas de viabilidad y proporcionar datos que permitan al Consejo para la Consolidación de la Democracia formular sus propios juicios valorativos.

Estas posibles decisiones no están pensadas como medidas aisladas sino que forman parte del proyecto transformador de las estructuras políticas, sociales, culturales y económicas del país, para cuya formulación he pedido la colaboración de este Consejo. En este contexto más amplio, estoy particularmente interesado en que el Consejo para la Consolidación de la Democracia asesore al Poder Ejecutivo, creando los equipos técnicos que sean necesarios, en el tema de la reforma del Estado. Esta reforma debería, según creo, estar presidida por los principios generales de descentralización, participación y eficacia en la gestión.

Reitero que es necesario, en primer lugar, revertir el proceso centrípeto de concentración de poder que se ha dado en las últimas décadas en nuestro país, de modo de fortalecer el poder de las provincias, la autonomía de los municipios, la capacidad de gestión de los entes autárquicos, la posibilidad de que se tomen decisiones en el lugar donde se prestan los servicios. En segundo término, ese proceso de descentralización no sólo tiene valor en sí mismo sino que facilita la participación directa de la población en la formación de las decisiones que la afectan, de modo que la democracia no sea un privilegio que se pone en práctica ocasionalmente sino un ejercicio de la vida cotidiana. En tercer lugar, la descentralización de la participación debe redundar en una mayor eficacia en la gestión, de tal forma que, entre la decisión y su ejecución no se establezca una enorme cadena de instancias que dilaten o diluyan tal ejecución.

Este último tema está relacionado directamente con un tópico respecto del que encarezco en especial al Consejo que sume su colaboración a la que prestan otros organismos del Estado, orientando el juicio del Poder Ejecutivo sobre la adopción de medidas que no admiten demoras.



La mística del servicio

Me refiero a la modernización de la administración pública. Esa modernización debe estar dirigida a que la burocracia estatal sea un instrumento apto de las decisiones políticas y esté al servicio de las necesidades y derechos de la población. Ello requiere insuflar a los funcionarios y empleados del Estado de una nueva mística: la mística de la dignidad que implica estar al servicio del pueblo. No hay dignidad sin libertad, y debe pro-penderse a que se dé autonomía a los funcionarios para que cada uno tome decisiones en su propia esfera de acción, sin que aquéllas se diluyan en un sistema de mutuos reenvíos. Pero no hay libertad sin responsabilidad, y el funcionario debe hacerse cargo de las consecuencias de las decisiones que adopta. Ello requiere eliminar una serie de controles previos, que sólo sirven para encubrir con formalismos los posibles errores sustanciales que se cometan; debemos ir a un sistema de revisión ulterior de los actos y decisiones administrativas, con serias sanciones para el mal ejercicio de la libertad que se otorgue a los funcionarios. Debemos hacer participar a la población, y en especial a los usuarios de los servicios públicos, en el control de la administración. Debemos simplificar los trámites administrativos, eliminando pasos superfluos, reduciendo el expediente y reemplazándolo, en lo posible, por registros computarizados y por encuentros informales entre todos los funcionarios a los que contiene una decisión y los particulares interesados. Desde ya, que esto implica extender a toda la administración el uso de la informática para una más eficaz ejecución y control de la gestión.



Justicia: proceso oral

La reforma del Estado incluye también, como parte sustancial, el perfeccionamiento del orden jurídico y la modernización de la administración de justicia. Me ha complacido profundamente el dictamen y el proyecto de decreto que ya me ha enviado el Consejo sobre el problema de las deficiencias en la formulación de normas jurídicas -contradicciones, lagunas, imprecisiones, etc.-, que son generadoras de procesos judiciales evitables, redundando en el trabajo abrumador de los jueces y en una considerable inseguridad jurídica, que afecta las iniciativas individuales de la población. La reforma de la administración de justicia debería estar dirigida a hacer más eficaz, más ágil y más accesible a todos los sectores de la población, la trascendente tarea de dirimir judicialmente los conflictos sociales e individuales. Para ello, parece conveniente estudiar la posibilidad de establecer el proceso oral en el orden nacional, sobre todo en el ámbito penal, de modo de favorecer la publicidad, inmediación y rapidez de los procesos. Asimismo, se deberían completar los estudios sobre la reforma del Ministerio Público para constituirlo como un cuerpo unitario que controle en forma orgánica el ejercicio de las acciones judiciales.



Reforma constitucional

Es posible que alguno de los aspectos de la transformación profunda del Estado que los argentinos debemos encarar requieran de una reforma constitucional. Por eso, me he dirigido oportunamente a ese Consejo, solicitándole que recabe antecedentes y opiniones y exprese su propia posición con el fin de formarme un juicio sobre la conveniencia o no de presentar una iniciativa sobre el tema al Congreso de la Nación.

En esa ocasión, mencioné como temas fundamentales principalmente aquellos que están vinculados al perfeccionamiento de la parle orgánica de la Constitución, y, en especial, los que se refieren a la forma de hacer más ágil y eficaz el funcionamiento de los diversos poderes del Estado, a facilitar la participación de la población, a promover la descentralización institucional y a mejorar la gestión de la administración.



La segunda república

En el marco de estos últimos temas, estoy particularmente interesado en que el análisis de la posibilidad de una reforma constitucional comprenda la alternativa de combinar aspectos de nuestro tradicional régimen presidencialista con elementos de los sistemas parlamentarios. Una fórmula mixta, como la que rige en algunas democracias pluralistas y estables, permitiría, posiblemente, que el Congreso intervenga en forma directa y eficaz en la gestión y control de los asuntos de Estado, que los ministros tengan una relación más directa con el Parlamento, que se distinga entre la función del manejo cotidiano de 'a administración, de la fijación de las grandes políticas nacionales y que haya mecanismos institucionales más dúctiles para enfrentar cambios en las circunstancias sociales y políticas.

Las decisiones y medidas cuyo estudio preliminar encomiendo a este Consejo para la Consolidación de la Democracia implicarían, de adoptarse por los órganos ejecutivos, legislativos y constituyentes que correspondan, la fundación, en la práctica, de una Segunda República. La que fue fundada en el siglo pasado respondió a un modelo que debe ser superado y enfrentó dramáticos problemas políticos e institucionales que se agravaron en las últimas décadas. Estamos en una nueva etapa fundacional, que remueve los factores que han provocado el desencuentro y la frustración, y que dará frutos que serán aprovechados plenamente por los argentinos que hoy son todavía jóvenes. Se trata, entonces, no sólo de localizar una nueva Capital, crear una nueva provincia, reformar la administración pública, perfeccionar la administración de justicia o adoptar un nuevo sistema político, sino que se trata de crear condiciones para una nueva República que ofrezca nuevas fronteras mentales a los argentinos.





FUENTE: Extraido del libro "La Nueva Capital" de Elva Roulet, publicado por la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires y la Fundación Jorge Esteban Roulet en el año 1987.

Discurso de Alfonsín pronunciado en Viedma

Texto completo del mensaje que el Dr. Raúl Alfonsín pronunció en Viedma el miércoles 16 de abril de 1986 desde los balcones del Ministerio de Hacienda de la Provincia de Río Negro y ante más de 10 mil personas:


La propuesta responde a un proyecto político

La sociedad argentina tiene conciencia de que solamente puede emerger de la crisis marchando hacia adelante.

Si el general José de San Martín no hubiera adoptado la decisión do marchar hacia adelante, ya en 1814, la guerra de la Independencia se hubiera perdido.

San Martín comprendió que el gran punto para la emancipación americana era el Perú y que allí se definiría la guerra, porque aquello que para nosotros era nuestro vacío, constituía el punto de concentración del enemigo. Había que llegar al área decisiva con imaginación, con coraje, con inteligencia y con una voluntad muy firme.

Para eso era necesario comenzar por escalar las más altas cumbres y presentar lucha en territorio chileno.

Los hombres de la Organización Nacional y sus precursores trataron de ir perfilando las fronteras definitivas del país con la sanción de una Constitución federal, con la Conquista del Desierto, con la apertura de la inmigración, con la libertad de comercio y con un clima de paz y libertades públicas, tanto políticas como religiosas. El objetivo era lograr el crecimiento sostenido. Esta continuidad tuvo grandes aciertos; pero también falencias. Y constituyó una consecuencia de estas últimas la macrocefalia, con una ciudad gigantesca y enormes zonas retrasadas o casi abandonadas durante muchos años.


Salir de la decadencia

Existe conciencia en todos los argentinos de que el modelo derivado de la Organización Nacional ya no puede cubrir los requerimientos a los que se enfrentará la Argentina del siglo veintiuno. Los argentinos sabemos que es necesario un cambio y que ese cambio no puede sino depender de nuestra propia voluntad nacional. La necesidad de cambio está a flor de piel en la reflexión política cotidiana de todos los ciudadanos.

La sociedad, en forma libre, voluntaria y plenamente consciente, debe sacudir cualquier resabio que pudiera existir de una tendencia a la rutina, al hedonismo, a la inercia y al miedo: debe salir del apoltronamiento, de todo lo que insinúe rasgos de decadencia, para luchar activamente por el país que merecemos.

Los gobernantes y el resto de los pobladores debemos tomar conciencia de que no se saldrá de la actual situación con nuevos paños tibios y que el país necesita vertebrarse virilmente, endurecerse, plantar su energía y su rostro a la intemperie del futuro, asentado firmemente sobre sus pies.

Los argentinos debemos ser pioneros, debemos marchar hacia nuevas metas con cantos de pioneros, enfrentando los esfuerzos necesarios, con la dignidad recuperada de los hombres libres, con la alegría de una libertad creadora.

Cuando, ante las dificultades, los países o las instituciones se ablandan, desaparecen o entran en el vértigo de la decadencia; cuando, ante las dificultades, los países deciden templarse, contestando a la necesidad con mayor esfuerzo, se convierten en naciones que superan cualquier tendencia a la medianía.


Pacifismo, no “pacimismo”

Ninguna gran nación de la tierra se hizo sin gente, sin pobladores, sin ciudadanos dispuestos a emprender grandes conquistas. Esas grandes conquistas pudieron, en los poderosos imperios, ser conquistas de la guerra. Nosotros aspiramos, irreversiblemente, a que sean conquistas de la paz.

Un gran filósofo argentino diferenciaba al pacifismo -al que consideraba como una noble virtud en defensa de la vida- de lo que llamaba el “pacimismo”, el ensimismamiento de una paz cerrada, autista, autocomplaciente, de nervios débiles, músculos blandos y corazón perezoso.

Vamos a realizar un esfuerzo del corazón y de la razón y, para ese esfuerzo, debemos convocarnos todos los argentinos. Si no estamos convencidos de lo que vamos a hacer, tengamos conciencia que la alternativa es entregarnos, pero no entregarnos a misteriosos poderes externos, sino, sobre todo, entregarnos a los fantasmas de una inacción tan nostálgica como desesperada, a la melancolía de la depresión.

Ningún imperio colonial hubiera podido mantener impunemente, contra la voluntad nacional, un enclave marítimo frente a una Patagonia sanamente desarrollada, con un Mar Argentino, que no puede ser argentino solamente en las intenciones o en los mapas, sino que debe serlo porque sus costas son argentinas, efectivamente argentinas, carnalmente argentinas.

Es indispensable crecer hacia el Sur, hacia el mar y hacia el frío, porque el Sur, el mar y el frío fueron casi las señales de la franja que abandonamos, los segmentos del perfil inconcluso que subsiste en la Argentina.


Argentina, sureña y oceánica

Sabemos de la importancia del Sur. Políticas erradas en sus procedimientos pensaron varias veces en afirmar el Sur a través de la guerra, pero los argentinos comprendemos perfectamente que si hubiéramos afirmado el Sur no habría sido necesaria guerra alguna y que, afirmando el Sur, hacemos posible consolidar una paz que todavía no es definitiva.

Tenemos mares fríos con puertos naturales sin hielo, en extensiones inmensas y con todo tipo de riquezas; pero hasta ahora nos hemos movido en torno de los ríos y casi exclusivamente en torno de los ríos.

La Argentina fluvial de Sarmiento fue un gran sueño para la interconexión nacional y regional, y ese sueño, que tenía un nervio tensor en el río Bermejo, fue recogido en su momento por Hipólito Yrigoyen. Pero ya no alcanza la idea de una Argentina fluvial sino que es necesario ir a la búsqueda de la Argentina oceánica. Y la Argentina oceánica empieza mucho más al Sur de esta vía fluvial madre, que es el río de la Plata; empieza girando la provincia de Buenos Aires, buscando antes del golfo de San Matías, un nuevo centro de gravedad en el río Negro y en una desembocadura que aferra a todo el litoral marítimo de la Patagonia, mirando hacia la Antártida y buscando una suerte de identidad geográfica renovada, pero muy específica de la Argentina, que es la identidad de la Argentina sureña, que es la posibilidad de aproximar el Polo al territorio tradicional del país.


Perspectivas emocionantes

Las grandes ciudades del mundo se han ubicado lejos del Polo Sur y la línea del río Negro constituye un punto de referencia que aparece como sumamente significativo con sólo ver cualquier mapa del planeta. Ninguna capital está situada más allá del paralelo que marca la desembocadura del río Negro. Es más: al sur de esa línea no existe tierra continental alguna. Bajo esa raya imaginaria ya ha terminado África, ya ha terminado Australia, con excepción de la isla de Tasmania, y ya ha terminado prácticamente la isla septentrional de Nueva Zelanda. Desde los 40 grados hasta los 90 grados atraviesa el planisferio una franja inmensa, casi virgen, dentro de la cual la Patagonia argentina tiene el privilegio de mirar hacia el centro, hacia los océanos Atlántico, Indico y Antártico. Pero ese Mar Argentino es, al mismo tiempo, un acceso al océano Pacífico, acceso ahora más lógico a través de los entendimientos logrados con la hermana República de Chile.

Sabemos de la importancia de las tierras frías, la República Argentina tiene el privilegio de desgranar en su territorio la totalidad de los climas: es un país que llega desde más allá del Trópico de Capricornio hasta el Polo Sur. Las ventajas comparativas de las provincias centrales y norteñas, de las andinas y mesopotámicas, así como las fuertes ventajas comparativas que nos ofreció y nos ofrece el río de la Plata, han sido aprovechadas en diferentes y muchas veces injustas medidas, pero aprovechadas al fin. Pero las ventajas comparativas de nuestras zonas frías no han sido aprovechadas casi en absoluto. Y en nuestras zonas frías existen perspectivas que deberían emocionarnos, no sólo por cuanto se ha hecho ya en lo que se refiere al desarrollo de la hidroelectricidad sino también por las posibilidades que presenta la Patagonia para el despliegue de las fuentes de energía no convencionales, sobre todo aquellas basadas en las mareas marítimas y en las fuerzas eólicas, sin contar con la viabilidad de los proyectos para la producción de agua pesada en la misma zona.


Clave del desarrollo

Todas las circunstancias hacían ver en la promoción de la Patagonia una clave ineludible del desarrollo argentino. Los grandes grupos de fuerzas hidráulicas aprovechables en la zona más templada de los Andes; la abundancia de materias primas que invitaban al establecimiento de grandes capas de población; la apertura del país a un inmenso océano con grandes costas naturales sin hielos; la fertilidad de una zona pesquera increíblemente pródiga, disputado hoy por todo el mundo; la existencia de enormes espacios aptos para la agricultura y la ganadería y, por supuesto, las grandes concentraciones de petróleo, a lo que se sumó, después de la construcción del complejo Chocón-Cerros Colorados, un notorio superávit hidroenergético. Todo ello invitaba a que esos enormes espacios vacíos de la Patagonia fueran ocupados.

En 1914, el geólogo Bailey Willis anticipó que las comunidades patagónicas desempeñarían un papel importante en las industrias argentinas y que en otras zonas no podrían emprenderse en condiciones igualmente favorables. Y, sin embargo, la Pata-gonia siguió quedando segregada del resto del país, paralizada en su propio círculo cerrado, con un crecimiento económico primario y enormes áreas despobladas. Pudo decirse con justicia que era inexplicable que ni siquiera su riqueza ovina haya sido la base para una prometedora industria textil-lanera; que ni siquiera su enorme riqueza petrolífera y gasífera esté todavía aprovechada o haya sido punto de partida de un crecimiento superior de la petroquímica; que ni siquiera su material de hierro haya servido de apoyatura suficiente a la siderurgia; que ni siquiera sus inmensos bosques hayan sido aprovechados convenientemente para la producción de papel u otros derivados de la celulosa, y que ni siquiera sus costas, depredadas impunemente o casi impunemente por buques extranjeros, hayan logrado que el país tenga el pescado bueno y barato que necesita para su equilibrio nutricional.


Ciudades a la medida del hombre

El avance hacia el Sur, hacia el mar y hacia el frío implicará también para el país nuevas e importantes perspectivas para la explotación turística. Sin duda, la creación de una adecuada infraestructura hotelera resultará de suma importancia, tanto para la previsible aceleración del movimiento turístico como también para la necesaria movilidad de científicos, hombres de negocios, técnicos y toda la importante gama de personas que temporariamente viajen en función de la puesta en marcha del proyecto. Sin duda, en la medida de lo prudente y necesario, se desarrollarán nuevas redes viales, con atención a su necesidad concreta y con sumo cuidado en la atención del gasto público. Esas redes viales se limitarán en un primer momento a lo que resulta indispensable, aunque se trazarán simultáneamente proyectos que permitan ir diseñando la visión futura.

El país se prepara para ingresar en el siglo XXI y los grandes espacios constituirán uno de los signos necesarios de un tiempo en que se hará consciente la lucha del hombre contra la contaminación ambiental, la falta de franjas verdes, la lejanía de los campos fértiles y la carencia de sol, datos propios de las grandes aglomeraciones humanas. En las últimas décadas, el hombre ha avanzado en forma vertical dentro de ciudades inmensas. Ha llegado el tiempo de un avance horizontal y de ciudades donde pueda vivirse a la medida del hombre. Los colmenares humanos de las grandes metrópolis fueron, sin duda, indispensables y seguirán siéndolo, parcialmente, en cuanto no pueden ser reemplazados a fuerza de voluntarismo.

Pero las nuevas dimensiones serán una señal muy precisa en la nueva y verdadera modernidad, en un estilo de modernización que implique también la sensación de caminos por recorrer y de posibilidades de recorrer caminos.

Esta nueva dimensión volverá a producir gente que conoce el color de los ojos de su prójimo y la manera de dar la mano. Gente que saluda a sus amigos durante las caminatas, que tiene una historia común con sus vecinos.


El uno por mil de argentinos

La empresa que se propone el Gobierno hace, así, sólo a las condiciones de la vida económico-social, sino que va en búsqueda de una mejor calidad de vida. Por supuesto, no es solamente a través de este proyecto que se producirá un vuelco en las condiciones humanas de una parte de los argentinos, por que el programa afectará inicialmente a unos pocos miles de personas, quizás a algo así como el uno por mil de la población total del país. Pero los múltiples aspectos indirectos pueden ser pródigos para la República, si sus habitantes asumen con fervor una idea que puede implicar cambios de significación en lo que correspondería también a la conquista de la felicidad para muchas personas.

Se ha anotado que los seres humanos solamente pueden cambiar una mínima parte de su propia realidad y de la realidad que los circunda. Nadie puede modificar el tiempo de su crecimiento, ni los datos esenciales de su constitución física, ni el lugar de origen, ni la cultura y la religión de pertenencia, en la que se inscribe su vida, ni sus atributos cotidianamente más importantes, ni el color de su piel, ni la historia de su familia, ni -muchas veces- su condición social. Los países también sufren una serie de determinaciones y de bienaventuranzas o de calamidades espaciales y temporales que no pueden modificar c que sólo pueden alterar parcialmente.

Sin embargo, el ser humano toma conciencia de sí mismo a través de una doble operación: reconocer y admitir la propia identidad; pero, a la vez, no interpretar la propia identidad como el peso tremendo de una naturaleza irreversible qué se cae encima, sino como la condición concreta en que se presenta la lucha por la existencia.


Tierra de bendición

Los países se encuentran frente a la misma situación: no pueden elegir su ubicación geográfica, pero pueden replantear su geografía a través de la política. No pueden elegir qué tipo de riquezas naturales tiene ni cuánto espacio, no dónde está ubicado ese espacio, pero pueden reconocerse a sí mismos en sus datos y pelear desde sus datos por un destino mejor.

La Argentina no debe ser desagradecida con respecto a su espacio. La misma ubicación geográfica, que en este período de la historia le es desfavorable, resultó favorable durante un siglo, alejó al país de las grandes guerras y la convirtió en el principal acreedor de grandes potencias. No se llegaba a la Argentina desde todos los lugares del mundo porque se la considerara un rincón desgraciado, sí no, más bien, porque se la apreciaba como una tierra de bendición.

Durante un siglo, o más de un siglo, la Argentina se movió con destreza en el concierto internacional y llegó así a ser uno de los principales países del mundo. Desde Europa se veían dos grandes naciones con futuro en América y la pregunta a principios de siglo era cuál de los dos sobresaldría más: la Argentina o los Estados Unidos de América.

No será llorando ahora por la actual condición desventajosa como se podrá modificar la situación. La Argentina viene siendo castigada por circunstancias negativas, pero, al mismo tiempo, sigue contando con enormes ventajas comparativas, que debe implementar a través de una correcta estrategia de crecimiento.


Una cultura nacional

Por lo pronto, existe una cultura nacional. Esta afirmación quizá provoque la sonrisa de quienes consideran que en el país hay una cierta hibrides cultural o que en algunos casos no se han alcanzado valores similares a los de grandes potencias. Pero, al decir que hay una cultura nacional, quisiera que se empezara por retener que hay una cultura, y no un choque de culturas que han generado serias heridas, aun en los grandes países. Esa cultura nacional presupone un pluralismo que, lógicamente, está muy lejos de ser perfecto y puede segregar aún focos de exclusivismo e intolerancia. Pero el país

ha vivido sin grandes conflictos racionales y religiosos: sin separatismos dolorosos, y, reconociéndose siempre a través de un idioma, que es válido aún para algunas culturas indígenas que, con todo su derecho, mantienen su identidad idiomática.

El país ha aceptado el proyecto nacional contenido en la Constitución, y aunque vivió gran parte de su tiempo fuera de ella, su filosofía no es discutida, sino por grupos marginales. El país es gran exportador de materias primas, perjudicado actualmente por el pavoroso deterioro de los términos del intercambio. No necesita importar petróleo ni gas, ni casi ningún tipo de minerales y constituye una de las naciones más adelantadas del mundo en el desarrollo de la energía nuclear.

Es cierto que la Argentina está pasando por un mal momento, que se prolonga demasiado tiempo para quienes se crispan por la necesidad imperativa de salir adelante.



Aquí nos encontramos con todas las cosas que podemos modificar, y aún con el sentido de nuestra geografía que, como geografía política profundamente determinante de hechos culturales, históricos y económicos, no tiene por qué ser acatada sin debate. Todo plan de crecimiento lleva siempre un debate sobre la geografía política, la división territorial de los Estados. Así fue en nuestro pasado, cuando la polémica sobre la capitalización de Buenos Aires constituyó el fermento de un proyecto nacional manifestado en todos los campos. Así fue en Italia, cuando los problemas de la unidad nacional, de la forma de gobierno y de la situación de Roma eran el marco de la discusión sobre el país que se buscaba; así es en España, donde se encontró un método para la expresión de las autonomías y la preservación simultánea de la unidad nacional; así fue en los Estados Unidos, donde se creó la ciudad capital dándole el nombre de uno de los padres fundadores y primer presidente de la Unión, pero donde esa creación implicó un traslado de la sede del poder real, ubicado entonces en la costa Este, hacia el centro como avanzada de gran desarrollo que luego tomaría la costa Oeste; así fue en China, donde se llevó la capital hacia el Norte, avanzando de Kaifeng a Pekín; así fue en Rusia, donde la elección de Moscú como capital en reemplazo de San Petersburgo, hoy Leningrado, fue también una definición de trascendente sentido político; así fue en Alemania Federal, donde se ubicó la capital en la pequeña y tranquila ciudad de Bonn, lejos de las grandes concentraciones humanas. Cuando el Brasil decidió incorporar a la vida real y concreta del país a su propio centro geográfico, generó la ciudad de Brasilia, con radiación hacia todas las fronteras.


Conquistar el sur, el mar, el frío

Y, sin embargo, no se trata para los argentinos de asimilar, ni mucho menos imitar, ningún modelo. La Argentina no puede desplegarse en el mapa a través de creaciones de ciudades imaginadas en estudios de laboratorio, por más benéfico que haya sido en otros países ese tipo de empresas.

El país puede, en cambio, ir elaborando su destino y su proyecto e ir incorporando dentro de esa reflexión las funciones que tienen sus actuales y existentes ciudades, para verificar si una nueva asignación de funciones no puede coadyuvar al diseño de una empresa nacional o constituir, inclusive, el punto sobre el cual deberá girar la empresa nacional que nos proponemos.

Este tema no es en absoluto independiente de la cuestión vinculada al problema patagónico y a lo que hemos llamado la conquista del Sur, del mar y del frío. La búsqueda de una política patagónica que exprese el crecimiento del país hacia el Sur no es totalmente inédita en la República: muchos ciudadanos seguramente recuerdan la existencia de la Gobernación Militar de Comodoro Rivadavia y de Territorio Nacional de los Andes, finalmente incorporados a otras provincias por entenderse en su momento que así se servía mejor a los fines del desarrollo de la región. Está muy fresca también en la memoria colectiva la existencia de leyes especiales de tipo aduanero e impositivo, ya sea con la vigencia para la promoción del sur del paralelo 42, como con vigencia restringida a zonas más reducidas.

El país lanza ahora una política global con respecto a la Patagonia. Estamos convocando a los argentinos para ampliar juntos las fronteras reales de la Patria, y no vamos a ampliar esas fronteras a través de conquistas, ni solamente a través de reivindicaciones territoriales, porque cada país tiene, sobre todo, el espacio que utiliza. Si las savias que provienen de las fronteras reales de la República se secaran, las mismas grandes ciudades pobladas morirían y de hecho una de las lecturas de nuestras crisis es que se trata de la crisis de un país que no ha crecido, que no se ha extendido, que no ha realizado a nivel necesario la conquista de sus grandes espacios abiertos.

Un país como la Argentina, que a principios de siglo era ubicado en el mismo plano que los Estados Unidos en el continente, ha eternizado conflictos fronterizos, pero pareció carecer de verdadero orgullo por su espacio y no ha emprendido una marcha hacia el Sur, para unir a la República a través de franjas de soberanía. El país no supo qué hacer o pareció no saber qué hacer con sus desiertos del Sur y prefirió dejarlos semivacíos, sin que una política coherente los integrara al proyecto nacional.


La argentina que se usa

La superficie nominal de la Argentina es equivalente a más de diez veces la superficie de Gran Bretaña, a más de cuatro veces la superficie sumada de Gran Bretaña y Francia y es superior a la superficie total de veinte países europeos. Pero decir esto es enunciar una verdad simplemente aritmética, porque la superficie es, en cierto sentido, la superficie que se usa. Desde ahora, la Argentina reitera que no va a quitarle un metro de tierra a nadie y que, en cuanto a lo que es suyo, buscará las vías pacíficas de recuperación, que inexorablemente prevalecerán. Pero la Argentina también anuncia que conquistará su propio territorio y que no abandonará más tierras por no saber qué hacer con ellas.

La red fluvial formada por los ríos Negro, Neuquén, Limay y afluentes es la más importante entre las que se hallan totalmente bajo la soberanía argentina. Las obras del Chocón-Cerros Colorados no fueron realizadas por los argentinos para que las ovejas tuvieran electricidad, como irónicamente preguntó cierta vez un gobernante extranjero. Pero es verdad que, hasta ahora, la energía Chocón se dedica casi exclusivamente a Buenos Aires y el Gran Buenos Aires. Sin embargo, la obra del Chocón-Cerros Colorados era la primera etapa de un amplio plan energético, que no ha podido avanzar de acuerdo a las necesidades del país. Es cierto que uno de los objetivos del emprendimiento fue suplir el déficit general de energía; pero es más cierto aún que el objetivo básico y fundamental de la obra debía ser la promoción de la Patagonia. Y para que el Chocón sirva efectivamente a la Patagonia es necesaria una política nacional para la Patagonia. Esa política debe incluir las obras de infraestructuras necesarias; el asentamiento de pobladores en el Sur; la explotación de las riquezas mineras; la integración vial, tendiendo los puentes que están faltando; la construcción de puertos y de puertos de aguas profundas; la radicación de industrias; el desarrollo de industrias electrointensivas (como el aluminio); la promoción de la petroquímica; la puesta en pie y el despliegue de todas las posibilidades turísticas que brinda la región.


No es improvisación

Existe una tendencia hacia la Patagonia y hacia la Patagonia litoral que se insinúa en medidas anteriores que deberán ser integradas. Por ejemplo, en la provincia de Buenos Aires, el trazado de la ruta costera o ruta provincial Nº 11 constituye la punta de una política cuyo sentido es por una parte turístico; pero que, por otra, genera condiciones para que, siguiendo el curso de esa ruta hacia el Sur, se establezcan nuevas industrias. De tal manera, de la ruta costera hacia afuera hay un espacio para le recreación y el turismo y de la ruta costera hacia adentro hay un espacio para el desarrollo agroindustrial.

Nuestro Océano Atlántico es siempre el otro dato de este avance hacia el Sur, hacia el mar y hacia el frío. Interesa también analizar nuestro Océano Atlántico como un punto de convergencia con otros países, porque es un óptimo marco de colaboración, de estudios, de investigación, de comercio, de explotación pesquera, de búsqueda de energía. Es, también, otra llanura que nos falta conquistar. Un gran pensador señaló que las fronteras no son líneas de puntos, sino que las fronteras son hechos.

La nueva política con respecto al Sur incluirá una activación intensiva de la Universidad Nacional de la Patagonia, con un redimensionamiento racional de toda la política cultural, qué será necesario desarrollar en este país que se prepara definitivamente para ingresar en el siglo XXI.

La transformación que iniciamos, y que tiene como marco de referencia a la Patagonia, no responde de ninguna manera a una improvisación. Esta marcha hacia el Sur estaba implícita en nuestros programas y en nuestras promesas, en nuestros planes y en nuestras medidas de gobierno; pero, sobre todo, en nuestros sueños. Así, por ejemplo, el lanzamiento del llamado Plan Austral y, sobre todo, la denominación de la nueva moneda fueron ya indicadores de la concientización que se buscaba lograr.


Traslado de entes estatales

La península sureña que compartimos con Chile marca nuestra definitiva esencia austral. La recuperación de esa esencia austral en el reconocimiento de aquello que somos implicará cambios muy rotundos y la iniciación de un debate con respecto a nuestra misma geografía política. La generación del 80 trazó un proyecto que obtuvo resultados significativos, pero que llegó a su punto de agotamiento histórico. Esa generación del 80 presuponía que los términos del intercambio seguirían siendo indefinidamente favorables para la Argentina y que las vías ferroviarias que desembocan en el río de la Plata marcaban el modo exacto de la realidad. Ese proyecto funcionó durante mucho tiempo aceptablemente bien e, inclusive, implicó una lectura de la realidad internacional que entonces era realista. Pero hoy nos vemos enfrentados a nuevos desafíos y uno de esos desafíos es la conquista de espacios, en forma tal de lograr al mismo tiempo avanzar hacia el Sur y alcanzar una más efectiva descentralización de la República con sentido federal.

No emprenderíamos ese camino solamente para un mecánico traslado de gente y mucho menos para una mudanza burocrática. Pero es posible lograr una aceptable descentralización de la administración pública y el traslado de algunos entes estatales al interior del país.

La ciudad de Buenos Aires marca gran parte de la historia de los aciertos, de las dificultades, de los éxitos y de los errores de quienes fueron construyendo la nacionalidad. Juan de Garay fundó por segunda vez a la ciudad de Buenos Aires regresando la Asunción del Paraguay, caminando desde el Norte hacia el Sur.

Buenos Aires fue creciendo en importancia con la Independencia. El proyecto de Rivadavia de dividir en dos a la provincia -con capitales en San Nicolás y en Chascomús- no prosperó. La campaña al desierto de 1833 agregó tierras y seguridad a las estancias bonaerenses, que ya llegaban entonces hasta el río Colorado. De allí surgió una compleja historia hasta el momento en que se formalizó una realidad, al comprobarse en 1880 el hecho de que Buenos Aires es la capital de la República.

Se hacía necesario avanzar hacia el Sur; pero era incontrastable que la Revolución de Mayo se había hecho de Sur a Norte, quedando el resto casi como territorio postergado u olvidado. Durante toda la vida independiente el eje de los ríos Paraná-Río de la Plata constituyó una exploración de las descompensaciones que se fueron generando en nuestra geografía política y, por supuesto, en nuestra geografía económica.


Adalides de la reubicación

Tres elementos explican la macrocefalia: el puerto, la administración nacional y el área productiva. Sin embargo, casi desde el primer momento, fueron surgiendo ideas de trasladar la capital. El proyecto de reubicar la capital tuvo su primer adalid en un hombre tan unitario como Bernardino Rivadavia; Urquiza llevó consigo la capital a Paraná; Sarmiento osciló entre su tesis de Argirópolis, ubicando la sede en la isla Martín García, como zona neutral para buscar la integración entre la Argentina, el Uruguay y el Paraguay, y la ciudad de Rosario. El Congreso de la Independencia había funcionado en San Miguel del Tucumán, y no por casualidad, sino por el peso que tenía el Norte en esos momentos. El Congreso Constituyente sesionó en Santa Fe. Las sedes de la administración nacional podían cambiar, pero el gobierno retomaba siempre a Buenos Aires.

Luego surgieron distintas ideas, como la de ubicar la Capital en el ángulo común de las provincias de La Pampa, San Luís y Córdoba, utilizando la infraestructura básica de alguna ciudad ya establecida. En 1955, tomó fuerza la idea de llevar la Capital a Córdoba, que por razones políticas llegó a ser durante unos días sede del gobierno nacional, o a Santiago del Estero. La Convención Constituyente de 1957 se reuniría luego fuera de la Capital.

Si a la visión de la Argentina se aplica la misma lógica que utilizaron en su momento países como el Brasil o los Estados Unidos, marchando desde las zonas pobladas hacia las menos pobladas, la respuesta al problema de la ubicación de la Capital no puede sino ser encontrada en la Patagonia.


¿Por que Viedma?

Si la marcha debe ser hacia el Sur, hacia los desiertos o semidesiertos terrestres y oceánicos del Sur, pueden comenzar a enunciarse las principales ideas que giraron en torno de un traslado de la Capital. Esas ideas fueron fundamentalmente cuatro: buscar un punto entre la intersección de los ríos Limay, Neuquén y Negro, por su valor energético; llevar la administración a la ciudad de Choele Choel; extender las líneas hasta encontrar un punto en la misma Santa Cruz, combinando esa elección con la construcción de un puerto de aguas profundas en la zona, o buscar el camino a través de la desembocadura del río Negro en el Atlántico, en una zona poblada que permitiera, al mismo tiempo, el contacto con la pampa húmeda, la cercanía inmediata con el Sur de la provincia de Buenos Aires y la apertura oceánica, lo que daría por resultado inevitablemente la elección de Viedma, ciudad unida a Carmen de Patagones simplemente a través de un puente.

Viedma posee la ventaja inicial dé ofrecer una infraestructura urbana en la zona conveniente. De convertirse en capital de la República, se adoptaría el criterio de aquellos países que no eligen a la sede de su administración nacional entre las grandes ciudades, sino optan por un centro mediano. Quizás el ejemplo más parecido en este sentido es el que ofreció Alemania Federal al decidirse por Bonn. Pero, como en los casos de los Estados Unidos, de la Unión Soviética, de China y del Brasil, se resolvería con un criterio geográfico y político vinculado al proyecto nacional en marcha, privilegiándose, por una parte, la. Patagonia; pero por otra parte, a aquella punta norteña de la Patagonia que se enlaza físicamente con la pampa húmeda. La nueva capital sería una ciudad que, ubicada en la desembocadura de un río, que está a pocos kilómetros del océano, generaría, naturalmente, una doble franja, con una línea que apunta hacia el mar y el desarrollo turístico recreativo y deportivo, y una línea que apunta hacia adentro, hacia las zonas de explotación agroindustrial.


El remordimiento de la inacción política

Señores: La unidad nacional consiste en que cada uno trate a los demás como prójimos, como próximos, como muy cercanos, como a otros que son como nosotros.

La idea de unidad nacional está en el corazón mismo del razonamiento ético. Cualquiera que fuere la confesión religiosa, la escuela filosófica o la ideología política, la ética consiste siempre en renunciar a una parte de lo que cada uno quiere o necesita en función de lo que quiere o necesita el conjunto de la sociedad. Todo razonamiento ético se basa en el reconocimiento de los derechos propios de los demás.

La justicia no existe sino como búsqueda incesante de la justicia. Existen desigualdades insalvables derivadas del tiempo que toca a cada uno vivir, del espacio que toca a cada uno ocupar, de las condiciones naturales de la cultura y de las miles de limitaciones que encuentra la condición humana en su incansable intento por alcanzar la felicidad. Pero constituye una obligación ética insoslayable tratar de lograr una creciente situación de igualdad, tratar de generar una justicia siempre renovada.

Hasta ahora hemos formulado algunas consideraciones geográficas, históricas y políticas; pero debemos decir que la existencia de una enorme franja de país segregado, y muchas veces olvidado, constituye también un trastorno de la ética. Sería aceptar situaciones de injusticia no reparar el hecho de que la Patagonia, más extensa que muchos países importantes, vivió explotada en sus recursos sin obtener el reconocimiento lógico del sacrificio de sus ciudadanos.

No convocamos a un esfuerzo sin pensar en los destinatarios muy directos de ese esfuerzo, que son nuestros compatriotas sureños.

En nuestro mensaje del 10 de diciembre de 1983, dijimos: “Mediremos nuestros actos para no dañar a nuestros contemporáneos en nombre de un futuro lejano. Pero nos empeñaremos, al mismo tiempo, en la lucha por la conquista del futuro previsible, porque negarnos a luchar por mejorar a los hombres mismos, en términos previsibles, sería hundirnos en la ciénaga del conformismo. Y toda inacción en política, como dijo el actual Pontífice, sólo puede desarrollarse sobre el fondo de un gigantesco remordimiento. La acción, ya lo sabemos, no llevará a la perfección: la democracia es el único sistema que sabe de sus imperfecciones. Pero nosotros daremos de nuevo a la política, la dimensión humana que está en las raíces de nuestro pensamiento”.



FUENTE: Extraido del libro "La Nueva Capital" de Elva Roulet, publicado por la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires y la Fundación Jorge Esteban Roulet en el año 1987.

IV Mensaje Presidencial: 1º de Mayo de 1986


Mensaje del Dr. Raúl Alfonsín a la Honorable Asamblea Legislativa

TRASLADO DE LA CAPITAL FEDERAL

Honorable Congreso:

Nuestro empeño en disolver las dicotomías pasadas, como requisito para fundar una democracia estable, nos lleva también a tomar por las astas una de las situaciones que más han influido para crearlas. Me refiero a las históricas tensiones entre la ciudad de Buenos Aires y el interior del país, derivadas de la macrocefalia y el hegemonismo del gran puerto.

Hemos tomado por ello la iniciativa de promover el traslado de la Capital Federal a la zona de Viedma y Carmen de Patagones, en una resolución orientada en parte a resolver aquel viejo desequilibrio histórico entre las provincias y la urbe porteña, y en parte a cumplir la tarea tan largamente demorada de ocupar humana y económicamente nuestros vastos espacios meridionales.

Con este traslado se aspira a que el país emprenda por fin su gran marcha pendiente hacia el Sur, en una epopeya de desarrollo y creatividad que evoque por sus proyecciones la cumplida por nuestros abuelos en la pampa húmeda. También aquí se puede decir que todo esto es inoportuno que no se puede soñar con epopeyas transformadoras del país cuando están pendientes de solución los dramáticos problemas cotidianos del sueldo que no alcanza o de las excesivas tasas de interés.

Pero la historia no ofrece ejemplos de soluciones estables para los problemas inmediatos que no estén insertas en un gran proyecto unificador de voluntades. Los pueblos sólo avanzan impulsados por una conciencia común de desafío. Y en este sentido es hoy más que oportuno responder a las urgencias inmediatas y a las grandes penurias que padece el pueblo argentino con un llamado a reformular globalmente nuestra vida comunitaria.

El eventual traslado de la Capital Federal no tendría sentido como una medida aislada; en ese caso sería expresión de un mero voluntarismo que no tendría mayores efectos en la estructura organizativa y productiva del país. Ese traslado debe verse como parte de un programa integral dirigido a producir un desarrollo equilibrado y equitativo de las distintas regiones del país, propendiendo a una materialización genuina del federalismo y de la descentralización del poder político, económico y social.

Es evidente que ese desarrollo armonioso de todo el país requiere revertir la nociva tendencia histórica hacia el crecimiento gigantesco de la zona que rodea al puerto de Buenos Aires, a costa de la despoblación y el empobrecimiento del resto del territorio nacional. El crecimiento de la actual Capital generó una desmesurada megalópolis que fue gradualmente invadiendo, paralizando o distorsionando las fuerzas del país; ha significado en los hechos una deformación del sistema político nacional y del núcleo de creencias y conceptos fundamentales que dieron origen a nuestra Nación.

La reversión de esa tendencia debe tomar en cuenta los derechos, las necesidades y las aspiraciones de cada una de las provincias argentinas. Pero cada una de ellas se beneficia con el progreso de las demás, y hay una región del país que ofrece enormes posibilidades de multiplicación de los esfuerzos que en ella se inviertan: ella es la Patagonia.

El avance hacia el Sur, hacia el mar y hacia el frío permitirá explotar sus inmensas riquezas en beneficio del conjunto del país. Nos hará tomar mayor conciencia de que debemos ser un pueblo oceánico, de cara al Atlántico, tanto en el marco productivo, como en el energético y el de la investigación científica.

El traslado de la Capital al sur del país se inscribe, entonces, dentro de un plan general de desarrollo patagónico que debe incluir también las obras de infraestructura necesarias, el asentamiento de pobladores en distintas áreas, la explotación de las riquezas mineras, la integración vial, la construcción de puertos, la instalación de industrias y el aprovechamiento de las posibilidades turísticas que brinda la región.

Los gastos que implique este traslado constituyen en verdad una inversión reproductiva, cuyos beneficios se harán sentir en todos los planos de la vida nacional, comenzando por el económico.

En relación con la financiación del proyecto cabe consignar que sólo requerirá la existencia de un capital rotativo, recuperable en función de la modalidad operativa que se aplicará.

En tal sentido se ha previsto en el proyecto que toda el área del Distrito Federal estará sujeta a expropiación, e indudablemente tal previsión deberá ser llevada a cabo inexorablemente, ya que no cumplimentar este requisito significará promover la especulación en perjuicio de toda la comunidad.

De los conceptos que anteceden se deduce que sancionada la ley de traslado de la Capital, deberá ser expropiada inmediatamente la tierra destinada al ejido urbano así como áreas puntuales asignadas a otros usos.

Es necesario, además, puntualizar cuáles son los roles que corresponden al Estado en la concreción del proyecto de relocalización y cuáles son los que deberá asumir el sector privado.

El Estado tendrá obligatoriamente a su cargo las obras correspondientes a la infraestructura de servicio de la ciudad, los edificios de los organismos que se trasladen, viviendas para funcionarios y equipamiento educacional y sanitario; a su vez el sector privado asumirá la realización de todas las obras correspondientes a sus actividades: comercios, finanzas, oficinas, estudios profesionales, esparcimiento y cultura, abastecimiento, industria de servicios, espectáculos públicos, exposiciones, núcleos habitacionales y hotelería. Cabe recordar que, además, todas las naciones tendrán las sedes de sus representaciones en la nueva capital, lo que implicará la inversión correspondiente por parte de cada una de ellas.

La intervención del sector privado implica la adjudicación de tierras para materializar sus proyectos que se efectivizará a través de un sistema de venta por parte del Estado, que incluirá la plusvalía generada por la inversión estatal, de modo tal que retorne a la comunidad la inversión que la misma ha realizado a través de las obras construidas por el sector público.


El traslado significará, además, la posibilidad de desprenderse de muchos inmuebles ubicados en distintos sectores de la actual capital, que hoy están ocupados por personal que se radicará en la nueva sede, lo que ofrece una posibilidad de recupero que contribuirá a la financiación necesaria.

En todo esto está presente el enorme efecto multiplicador que genera la construcción, lo que reactivará en forma significativa múltiples industrias que participarán en la materialización de la nueva capital, sin necesidad de importación alguna.

Pero el beneficio mayor que esperamos es el provecho espiritual de ofrecer nuevas fronteras mentales a los argentinos. Pensamos sobre todo en los más jóvenes y en la posibilidad de presentarles nuevas alternativas de vida, frente a la rutina mediocre y al consumismo insatisfecho que muchas veces se les presenta como el único destino posible. Queremos despertar en ellos el espíritu pionero, el espíritu de aventura, para que muchachas y muchachos vayan a explorar nuevas tierras y conquistar pacíficamente espacios, para fundar familias y criar hijos en un ámbito en que el horizonte lo trace la propia voluntad.

Pero hay aún otras consecuencias.

Hemos heredado un aparato estatal sobreburocratizado, con vastas áreas de personal en las que la asunción corporativa de sus propios intereses tendía a prevalecer sobre la funcionalidad de su papel como servidores públicos.

Con un volumen en continuado aumento, como producto en parte del clientelismo político y en parte del desarrollo alcanzado también en este sector por mecanismos de autodefensa corporativa que impedían racionalizar su labor, la administración pública cobró dimensiones que desbordaban su propia función, restando eficacia al Estado y determinando un progresivo desplazamiento de fuerza laboral a sectores no productivos con grave perjuicio para la economía global del país.

Hemos emprendido en este terreno una acción orientada a revertir aquel proceso de burocratización, en términos compatibles con la justicia social y con una línea de principio que descarta el desempleo como una solución económica moralmente aceptable.


Con el congelamiento de vacantes logramos inicialmente estabilizar el volumen del personal adscrito al Estado, poniendo término a su histórica tendencia al crecimiento, y a partir de septiembre de 1985 este esfuerzo comenzó finalmente a traducirse en una efectiva y progresiva reducción del sector público. Entre el mes señalado y marzo último, las bajas han superado las altas en un total de aproximadamente 15 mil agentes.

La decisión del traslado de la Capital no es una iniciativa auto-contenida, sino que forma parte de un proyecto más amplio de reforma del Estado y es una manifestación de la voluntad de transformación y modernización de la Argentina.

El cambio de la sede geográfica del principal centro de decisiones del país tiene evidentes consecuencias espaciales, tanto en lo referente a la relocalización de las actividades de los actores políticos, sociales y económicos, como en la inevitable evolución de sus interrelaciones. Dos rasgos adicionales deben subrayarse, todavía: primero, que este traslado no es un cambio evolutivo, incremental, sino una deliberada y decisiva discontinuidad histórica, que cambia bruscamente la fisonomía del país al remover la localización de su nudo decisorio fundamental. Por último, que esta discontinuidad en lo espacial, en sentido amplio, se producirá seguramente, cualquiera sea la forma en que se efectúe la mudanza.

Menos evidente, pero tal vez más importante todavía, es que el traslado también puede ser la ocasión que haga posible lograr un salto cualitativo en las pautas de funcionamiento del Estado y en los niveles de rendimiento y compromiso de su administración. Muy particularmente en lo que hace al desempeño del gobierno, entendiendo como tal al ámbito de definición de políticas y de gestión estratégica. Sucede que éste no es un resultado que deba obtenerse necesariamente a partir de la realización del traslado, sino que puede ser obtenido si, y solamente si, la decisión del traslado lo incorpora y jerarquiza como objetivo, y entonces, para lograrlo, éste se encara y realiza de manera que lo trasladado sea distinto que lo que queda, y no una muestra representativa de la administración actual.

De otro modo, resignándose a que cada traslado consista en un desplazamiento de un paquete de "los mismos" para "hacer lo mismo" en la nueva Capital, sólo se lograría como resultado una costosa reproducción, en Viedma, de los defectos y fallas de la administración que ya tenemos en donde estamos.

Por esto, solamente definiendo cómo se quiere que opere el nuevo Estado, su gobierno y su administración pública, para el conjunto de funciones que se decida trasladar a la nueva Capital, será posible diseñar un esquema administrativo adecuado para desempeñarlas, concentrando allí los mejores elementos e instrumentos para asegurar el éxito de la operación, aprovechando al máximo como oportunidad (y no como obstáculo a superar) el hecho de la discontinuidad espacial determinado por la mudanza, y tratando de extender la discontinuidad al ámbito de las malas prácticas y las viejas rutinas. Es decir, buscando que el traslado de una sede a la otra coincida, también, con el paso de una cultura administrativa mediocre, vetusta e impotente, la de la "elusión de la responsabilidad", a una nueva cultura administrativa tecnológicamente modernizada, pero modernizada también en materia de compromiso democrático, capacidad intelectual, solvencia profesional y espíritu de cuerpo.

Aclaremos de paso que los traslados a la nueva sede no serán compulsivos, de modo de no generan incertidumbre injustificada en el personal.

José Genoud y el traslado de la Capital

Síntesis de la Exposición de José Genoud en la Sesión 20 de marzo de 1987


TRASLADO DE LA CAPITAL

Sr. Presidente (Otero): Tiene la palabra el señor senador por Mendoza.

Sr. Genoud: Señor presidente: abordar el tema del traslado de la Capital, con la repercusión histórica que esta decisión tiene, me obligaría a efectuar un análisis retrospectivo del histórico conflicto que precede la cuestión Capital.

Pero no por vanidad intelectual, sino como un modo de buscar la lógica originalidad que debemos aportar los legisladores para enriquecer este debate, creo que no he de plantear temas que ya han sido expuestos por oradores precedentes.

Me remitiré a la erudita exposición del senador de la Rúa, quien desde el punto de vista constitucional y legal efectuó un análisis pormenorizado de todos los antecedentes legales y parlamentarios de este tema. Y me remitiré también a las exposiciones realizadas por los senadores Menem, por La Rioja, y León, por el Chaco, quienes desde la óptica histórica dieron exactas pinceladas de lo que ha sido esta difícil relación entre provincias y Capital, entre hombres porteños y del interior, en una larga confrontación, que a veces se escribió con sangre, como cuando se enfrentaron en el país unitarios y federales.

Sin embargo, como base de mi exposición tomaré aquel memorable debate de 1880 que tuvo como protagonista principal a un diputado por la provincia de Buenos Aires que, en una larga intervención, dejó como una apocalíptica profecía lo que luego se cumpliría inexorablemente en los años posteriores. Fue Alem, visionario, cuando dijo que si la Capital se emplazaba en Buenos Aires, junto al puerto, corría serios riesgos el sistema federal. Se haría peligrar innecesariamente la democracia y se comprometería también el porvenir de la República.

Los buenos políticos, los estadistas, señor presidente, son los que se adelantan a su tiempo, son los que en una mirada parabólica pueden ver muchas décadas delante, jueces de ello son las futuras generaciones de la Nación.

Por eso, cuando el senador por Catamarca, Amoedo, citaba a Sarmiento, a Mitre, a Fidel López como sostenedores de la idea de la Capital Federal en Buenos Aires, no me pareció extraño que estos próceres se hubieran equivocado. No todos tenían la suerte de contar con el talento, la visión y la imaginación de Alem para saber lo que sucedería a Buenos Aires y a la Argentina.

-¿Cómo Sarmiento iba a predecir lo que ocurriría en la Argentina y en el mundo, si en Civilización y barbarie, afirmaba “que el mal que aquejaba a nuestro país era la extensión"? Eso, visto hoy, en 1987, resulta una apreciación errónea. Pero no porque se equivocara Sarmiento le vamos a dejar de reconocer virtudes y honores. No porque Mitre, Sarmiento, Fidel López y Avellaneda se hayan equivocado en este tema, dejarán de ser prohombres de nuestra nacionalidad.

Pero fue Alem el que acertó y, a partir de 1880, se ha ido cumpliendo, sin solución de continuidad, aquélla premonición de Leandro N. Alem. La naturaleza misma conspiraba contra un desarrollo equilibrado y armónico de la Argentina, porque la propia geografía nos jugó una mala pasada. Buenos Aires era la puerta de entrada y salida obligatoria del país, y el puerto, la única vía de comunicación con el resto de los continentes, cuando el mar era el único modo de llegar a Europa y al norte de América.

Los ríos navegables nos hacían penetrar desde Buenos Aires al Litoral. Además, Buenos Aires estaba emplazada en la pampa húmeda, una de las regiones más fértiles del planeta para producir cereales, forrajeras y carne.

Pero muchos fueron los factores que hicieron que desde fines del siglo pasado Buenos Aires comenzara a crecer desmesuradamente. Primero lo hizo demográficamente, luego fue acumulando, como consecuencias de esta vía de exportación que se utilizaban a través del puerto, el poder económico, no me referiré en detalle a este proceso pues fue bien descrito por el senador por La Rioja.

La concentración del poder económico adquiere una intensidad decisiva a partir de 1935, señor presidente, cuando comienza un proceso de industrialización acelerada. Comienza a radicarse industrias importantes con gran capacidad de absorción de mano de obra en el conurbano de Buenos Aires. Esas industrias requieren más mano de obra, comienzan a producirse las migraciones internas para satisfacer esa demanda de trabajo, lo que determina que empiece a crecer demográficamente de un modo explosivo, aumentando por consiguiente el consumo en la misma área metropolitana. Como consecuencia del incremento de consumo se hace necesaria la radicación de más industrias y comienza a retroalimentarse este fatídico ciclo: más industrias, más mano de obra necesaria, más migraciones internas, más población, más consumo y -¡nuevas industrias para Buenos Aires!

Mientras tanto, -¿qué pasaba en el interior?. Bien se ha dicho aquí que el interior proveía a Buenos Aires de energía. En efecto, le proporciona el petróleo, la energía hidroeléctrica, posteriormente el gas, el carbón y, en los últimos tiempos, lo producido en los yacimientos uraníferos. -¡Toda la energía que consume la gran urbe de Buenos Aires, señor presidente, proviene del interior del país!

El interior también produce los insumos y las materias primas que se manufacturan en Buenos Aires. A su vez, esta ciudad le quita población. En este sentido se han dado cifras alarmantes de las migraciones que en algunos tiempos se produjeron de un modo notorio, fundamentalmente desde el norte y el oeste, de pobladores que iban a buscar trabajo y un sueldo que les permitiera vivir. Entonces el lugar obligatorio para trasladarse era Buenos Aires.

-¿Qué es Buenos Aires hoy día? A esta gran metrópoli no la juzgamos en su pueblo, porque esta es una situación que se fue dando de hecho. Bien dice el doctor Rocatagliata, geógrafo, autor de un libro que es base en muchos aspectos del proyecto que hoy consideramos, que se produjo una suerte de urbanización de hecho en la Argentina y un desarrollo también fáctico, porque no hubo planificación alguna. De manera, entonces, que esto no significa un juicio de valor crítico hacia los habitantes y el pueblo en la metrópoli.

Quizá reitere algunas cifras que se han dado en este recinto, concretamente vertidas por el señor senador Menem. Según el censo económico de 1974, sobre 130 mil establecimientos industriales, 23 mil se ubican en la Capital Federal y 50 mil en la provincia de Buenos Aires. A su vez, de esos 50 mil, había 35 mil ubicados en el Gran Buenos Aires.

El área metropolitana representa el 57.6 por ciento de la concentración industrial de la Argentina y el 59 por ciento de todo el empleo industrial del país.

Si nosotros sumamos el Gran Buenos Aires, La Plata y Rosario, es decir, lo que se denomina el eje industrial del país, distante aproximadamente de 220 o 250 kilómetros, obtenemos la escalofriante cifra del 70.2 por ciento de la concentración industrial de la Argentina.

En el área metropolitana se encuentran el 76 por ciento de las curtiembres, el 70 por ciento de la industria frigorífica, el 67 por ciento de los automotores que se construyen y se fabrican en el país y en ella se produce el 95 por ciento de los derivados del caucho.

-¿Qué ocurre con la energía, que es el motor de toda la economía? Se suele calificar a los países en pobres y ricos según tengan energía o no. La energía está desglosada en nuestro territorio de la siguiente manera: 58 por ciento corresponde al petróleo, el 30 por ciento al gas, el 9 por ciento a la hidroenergía, el 2 por ciento al carbón y el 1 por ciento al uranio. Se trata de cifras que son de importancia vital para comprender el monstruoso desfasaje económico de esta Argentina.

Así, el 75 por ciento del total de la energía medida en toneladas equivalentes de petróleo lo produce la Patagonia, el 16 por ciento la zona de Cuyo, el 4 por ciento el Noroeste argentino y el resto del país solamente el 5 por ciento. Esto demuestra que aquellas provincias que más producen energía son, precisamente, las que menos las consumen y ello es un índice elocuente de su atraso económico y su postergación. En otras palabras, la región que menos produce (Capital, Gran Buenos Aires, La Plata y Rosario) es la que se devora la energía del país.

Voy a citar otras cifras que demuestran un sistema financiero diabólico que hemos heredado en 1983. y que acredita la existencia de la concentración más nociva: la financiera: El 40 por ciento de los depósitos de todo el sistema financiero de la República, integrado con las financieras y por los bancos públicos y privados, se encuentra en la Capital Federal. Por otra parte, el 60 por ciento de todos los créditos del sistema financiero argentino son absorbidos por la Capital Federal. Préstese mucha atención a este porcentaje: el 60 por ciento de todos los créditos que se otorgan en el país por los bancos públicos y privados son tomados en la Capital Federal. -¿De dónde viene el 20 por ciento restante? Esos recursos provienen del interior del país.

Quiero decir que el dinero se toma en el interior del país y los créditos se otorgan en la Capital Federal. Este es el sistema que heredó la democracia en 1983. algunos errores se cometen por parte de las provincias, porque todos los bancos estatales provinciales tienen sucursales en la Capital Federal y gran parte de ellos captan el ahorro en sus provincias y otorgan los créditos en la Capital Federal, siendo que el crédito es la palanca esencial del desarrollo.

He efectuado una rápida visión de esta Argentina de hoy y debemos preguntarnos: -¿La queremos cambiar o la vamos a dejar como está?

El señor presidente de la Nación decide remitir al Senado la iniciativa de trasladar la Capital Federal hacia Viedma y Carmen de Patagones, proyecto que algunos senadores de este cuerpo han calificado de muy variado modo y algunos de manera incorrecta, con agravios inaceptables, considerándolo un sueño infantil del Poder Ejecutivo, juzgándolo una aventura o una imprudencia incalificable.

El señor presidente de la Nación no hizo otra cosa que constituirse en el intérprete de ciento veinte años de legítimos reclamos que se vienen formulando a lo ancho y a lo largo del país. Primero fue un susurro y luego fue un grito de las provincias que han vegetado, han perdido población, han quedado marginadas de la posibilidad de su desarrollo. En este diagnóstico que hemos formulado casi todos »inclusive algunos que al momento de votar no levantarán su mano afirmativamente para dar vía libre al debate en Diputados-, se ha coincidido en un resultado catastrófico, hipertrófico y macrocefálico acerca de Buenos Aires.

Se dice todo esto pero, sin embargo, no se dice que ésta es una Argentina injusta con las provincias, que tanto han aportado al desarrollo del país, pero éste no les ha retribuido con políticas que permitan una justa distribución de la riqueza y un buen nivel de vida, comparable con el de la ciudadanía de Buenos Aires.

Entonces, señor presidente, el Poder Ejecutivo eligió al Senado para iniciar este debate porque, como yo y como toda la población del país, pensó que aquí estaban los representantes de las provincias, regiones que muchas veces han estado de rodillas; pensó que los senadores iban a ser intérpretes de los reclamos de sus pueblos, que iban a escuchar con sensibilidad una queja que ya tiene ciento veinte años de antigüedad.

Sin embargo, aquí se han escuchado encarnizadas oposiciones y exclamaciones absurdas de Buenos Aires, más allá de los juicios políticos que pudieran corresponder.

Yo también me siento orgulloso de Buenos Aires, pero creo que esta ciudad, como se ha dicho, no ha cumplido el rol de una gran capital para descentralizar el país y ocupar territorialmente a la Argentina, haciéndola verdaderamente una potencia conforme a los recursos naturales que ella tiene.

Estoy orgulloso de Buenos Aires, le digo al señor senador Amoedo, de plaza Francia, del Colón y de toda la cultura que ha dado y que el senador por Catamarca exaltó. Pero Buenos Aires seguirá siendo eso: plaza Francia, el Colón, sus monumentos, sus calles, pero la Capital y el cerebro de la República tienen que trasladarse al interior del país. A partir de allí, en el marco de la Segunda República, se podrá implementar un sistema que permita un desarrollo más armónico y justo de la Argentina.

El Poder Ejecutivo eligió al Senado porque era lógico que este órgano, en donde está la representación federal de la República, acogiera con beneplácito este proyecto.

Es lógico que haya oposiciones totales y parciales. La tolerancia a la crítica ha sido una característica de la Unión Cívica Radical y de los hombres de la democracia. El respeto recíproco de las ideas no será jamás olvidado como un axioma de nuestras prácticas políticas. Digo que es lógico que haya oposiciones parciales: se podrá cuestionar el lugar y se podrá hacer números para demostrar si la inversión se justifica o no. Pero aquí se han escuchado argumentos que inocultablemente aspiran a la permanencia de la Capital Federal en Buenos Aires, lo que significa mantener el statu quo del desarrollo. Nosotros queremos que exista un desenvolvimiento equilibrado y balanceado para todas las regiones postergadas del país.

Vamos a trasladar la Capital a Viedma. -¿Qué es lo que pensamos con ese traslado? Partimos de la idea de que no será un acto milagroso, que ni en un día, ni en un año ni en diez años vamos a transformar el país. No vamos a cometer la ligereza y la irresponsabilidad de sostener que con la sanción de la ley y la construcción de los edificios públicos de la nueva Capital vamos a revertir definitivamente los males que aquejan a la Argentina desde hace más de un siglo y medio.

Ciento seis años han pasado desde 1880, cuando se sancionó la ley de residencia. Con el traslado de la Capital pondremos en marcha un proyecto con imaginación y esfuerzo para reformular definitivamente a una nueva Argentina. Por eso decimos, en primer lugar, que vamos a romper la superposición del poder político y el poder económico; vamos a trasladar el cerebro pensante y decisional de la Argentina a un punto distinto de Buenos Aires y lo vamos a colocar donde comienza la Patagonia argentina, uno de los espacios vacíos del continente.

De ese modo, como objetivo prioritario, vamos a frenar la tendencia a la concentración demográfica desmesurada del área metropolitana.

Aquí no se ha hablado de lo que representa hoy Buenos Aires. No se ha dicho con precisión que de 2.716.000 hogares que hay en la Capital y en el conurbano bonaerense, 461.000 no tienen satisfechas sus necesidades básicas, o sea que 2.096.000 habitantes carecen de servicios fundamentales. No se ha dicho que de 9 millones de habitantes un tercio carece de agua potable; que las Naciones Unidas afirman que para el año 2000 Buenos Aires va a tener 15 millones de habitantes.

El 1-º de mayo de 1984 el presidente Alfonsín dijo que se vierten al río de la Plata cinco metros cúbicos por segundo de efluentes cloacales líquidos crudo, lo cual está hablando del grado de contaminación del río y del agua potable, y eso provoca 25.000 muertes anuales. Esto último se afirmó en la Conferencia del Agua, de 1978, en Mar del Plata, cuando el representante argentino, ingeniero Jáuregui, sostuvo que esa cantidad de argentinos moría como consecuencia de infestación de las Aguas del Río de la Plata.

A la altura de la calle Viamonte, el Río de la Plata registra 800.000 aerobio por centímetro cúbico, y en Núñez llega a un millón de aerobios. La concentración industrial es causa directa de la polución ambiental y de la contaminación del agua. Los escapes de vehículos del congestionamiento tráfico que inunda las calles de Buenos Aires y el conurbano desprenden sustancias como el plomo, altamente tóxico. El arsénico, el mercurio, el cobre y el cadmio se encuentran en el agua del Riachuelo, lo que constituye el más alto riesgo contra la salud. Estos son datos de la Secretaría de Asuntos Especiales dependiente del Poder Ejecutivo.

A eso se puede sumar que Buenos Aires tiene graves problemas con el dragado permanentemente del río. Largas colas de barcos esperan turnos para descargar sus mercancías, lo cual nos advierte acerca de las dificultades y de la onerosidad del mantenimiento del puerto de Buenos Aires.

En la actualidad la instalación de servicios públicos en las afueras de Buenos Aires es mucho más antieconómica que en cualquier otro lugar del país. Quiere decir que cuando hablamos de trasladar la Capital a otro punto nos dirigimos también a los ciudadanos que ven que la ciudad en algún momento entrará en un verdadero colapso si no comenzamos una política real y práctica que cristalice el proceso de desconcentración demográfica. Y eso se iniciará con el traslado de la Capital.

No se nos escapa que 250.000 habitantes nuevos en Viedma y Carmen de Patagones no significa la desconcentración demográfica definitiva que Buenos Aires necesita. De ninguna manera es así. Pero sí comienza un proceso orientado necesariamente hacia ese objetivo, porque la nueva Capital creará zonas de influjo y de gravitación para el desarrollo económico, como San Antonio Oeste, Bahía Blanca y Mar del Plata, lugares donde la nueva población encontrará su lugar para su radicación. No decimos que quede solucionado el problema demográfico, ni remotamente. Pero si releen los informes de la comisión especial para el traslado de la Capital advertirán que este aspecto aparece expuesto con toda la discreción y la responsabilidad. Dice allí que con el traslado de la Capital comenzaremos a debilitar la tendencia de la concentración demográfica del área metropolitana.

Creando y construyendo una pequeña ciudad en Carmen de Patagones y Viedma vamos a tener una nueva infraestructura para acometer una nueva tarea que está demorada entre los argentinos. Se trata de modernizar el Estado, optimizar la función pública, hacer más eficientes y menos onerosa a la administración.

Esto puede parecer pura retórica, pero los que vivimos en el interior y venimos a la Capital Federal vemos la realidad. Para ir a Olivos tardamos una hora cuarenta y cinco minutos; para hacer un trámite en cualquier dependencia de un Ministerio quizá perdemos una mañana íntegra entre ir y venir, como consecuencia de las distancias y del tránsito. Hemos estado uno, dos o tres días incomunicados por el mal funcionamiento de los servicios telefónicos.

Me pregunto, entonces, si no ha llegado el momento de pensar en serio que con una ciudad moderna, científicamente elaborada, pequeña, con las principales funciones públicas instaladas allí, no habremos de comenzar a lograr el objetivo que perseguimos: modernizar el Estado, hacer más eficiente a la administración pública y reducir los costos de la burocracia, tal como lo expresé hace un instante.

Por ello, creo que la capital tiene que ser una ciudad pequeña. No creo en las grandes ciudades opulentas y solemnes, como le gustan al senador Amoedo. (Risas). Prefiero la descripción que hace Félix Luna, este gran historiador argentino, de lo que debe ser una capital moderna. Y me voy a permitir leer algunos de sus párrafos, que son crudos pero que comparto.

“La capital que debe tener la Argentina-debe ser pequeña y aburrida. Tal como lo fue Paraná en los tiempos de la Confederación. En primer lugar, porque ésa sería la manera de que gobernantes y [funcionarios] se consagraran a sus funciones de modo excluyente. Además, porque una ubicación con estas características restaría atracción a la carrera política y a la función pública, seleccionando a quienes tuvieran una auténtica vocación por ellas. Ya no sería una granjería una banca de diputado, sino una alternativa de trabajo; y el puesto público no sería el premio de inservibles u ociosos sino un ejercicio full time para el que quiera seguir la carrera [auténtica] del servicio público. Buenos Aires ha sido desde 1880 un objetivo de vida para los provincianos de algún relieve, y en gran medida constituyó el motor de la enorme migración de personalidades que fueron vaciando las entidades federales de sus mejores valores humanos. Una capital pequeña, funcional, adaptada para alojar a los organismos nacionales necesarios, desalentaría las execreencias que han obstaculizado el sano ejercicio de las funciones [públicas] y administrativas, purificaría, diríamos, la actividad pública y establecería un ámbito de consagración exclusiva donde no podrían vivir ni trabajar quienes no sintieran la más fuerte atracción por sus tareas".

Buenos Aires quedaría aquí, con el teatro Colón, con sus grandes edificios, con su historia memorable y toda su cultura. Pero gobernaremos en Viedma y Carmen de Patagones, consagrados, como a un verdadero apostolado, a la función pública. Un ministro podrá conversar con un legislador cruzando la calle. Los servicios telefónicos modernos nos pondrán en contacto inmediatamente con todo el país. Alguien me preguntará, seguramente, por qué no lo hacemos en Buenos Aires. Pregunten a ENTEL cuánto costaría hoy regularizar absolutamente los servicios telefónicos del Gran Buenos Aires y de la Capital Federal.

Pensemos, entonces, que esto que se propone no, es una utopía; al contrario. Es algo rápidamente concretable y cristalizable en una nueva capital sobria, modernamente construida, al tener allí la capacidad decisoria básica del país, con el Poder Ejecutivo, sus ministros y dependencias más importantes, el Poder Legislativo y el Poder Judicial.

Pero, señor presidente y señores senadores, teniendo la nueva Capital allí, donde comienza la Patagonia, rompiendo esta superposición del poder económico con el político, contando con una ciudad moderna que permita optimizar la administración pública y un Estado mucho más moderno que el que podemos tener en Buenos Aires, y aun frenando la tendencia a la concentración urbana de Buenos Aires, tengo la absoluta certeza de que no revertiríamos el peor mal que hemos descrito en este diagnóstico, que creo comparte el 95 por ciento del país. No habríamos resuelto con esto el problema de los desequilibrios en el crecimiento de la Nación.

-¿Cómo vamos a descentralizar económicamente a la Argentina? -¿Cómo vamos a obtener a partir de esta decisión un crecimiento equilibrado y más justo de la Nación, o sea, un desarrollo económico integral que establezca un poco más de justicia en el crecimiento, llevándolo obviamente a esas provincias que tienen una gran riqueza sin explotar o que si bien ésta es explotada no resulta beneficiada directamente en el índice del producto bruto interno?

En esta descripción del diagnóstico de los males de la economía del país había olvidado señalar algunas estadísticas de lo que significa financieramente el área metropolitana o, mejor dicho, algunos guarismos que surgen de la concentración industrial, referidos al producto bruto interno del país.

La provincia a la que representa el señor senador Martiarena tiene el 0.7 por ciento del producto bruto interno de la Nación. La provincia que representa el señor senador Amoedo participa con el 0.1 por ciento del mencionado indicador.

Este proyecto de traslado de la Capital persigue, fundamentalmente, como lo voy a demostrar a continuación, un crecimiento más armónico para que la realidad que muestran éstas estadísticas que acabo de citar comience a revertirse, y el 62 por ciento de participación en el producto bruto industrial que tiene el Gran Buenos Aires, al cabo de diez o veinte años, comience a variar en beneficio del resto del país, aportando más justicia en los planes de desarrollo que la que existe actualmente y se inicie la reversión de esta macrocefalia en el orden económico y financiero de la Argentina.

-¿Cómo vamos a atacar este proceso de concentración económica y financiera? Hemos comenzado, aunque aquí no se haya dicho, con el proyecto de descentralización de las empresas del Estado que poseen un gran poder económico y, por supuesto, pertenecen al patrimonio del Estado nacional.

El presidente de la Nación ya ha anunciado que la Dirección Nacional de Vialidad se emplazará próximamente en la provincia de La Pampa. Hidronor ya está en Neuquén. YCF se ubicará en Río Gallegos, Santa Cruz. Con respecto a Agua y Energía, ya están avanzados los estudios para que se establezca en una provincia generadora de energía eléctrica, como Mendoza, que solamente consume el 32 por ciento de la energía que produce, mientras que el resto va al sistema interconectado nacional para traer esta luz que nos alumbra.

YPF se encuentra en un proceso de regionalización que todos los señores senadores conocen. Esto se realizará en forma tal que permita a través de una discusión, de la que seguramente seremos protagonistas, que algunas de las áreas se radiquen en zonas donde existe producción de crudo.

También está en marcha el proceso de regionalización de los ferrocarriles. El Roca quedaría en Bahía Blanca; el San Martín, en Mendoza; el Belgrano, en el Noroeste Argentino; el Mitre, en Córdoba.

Asimismo, se debe encarar el análisis de la regionalización de algunos de los bancos estatales, fundamentalmente el Banco Nacional de Desarrollo y el Hipotecario.

Esta es parte de la búsqueda de una solución totalizadora, que pretende procurar un desarrollo balanceado del país.

Por supuesto, hay algo en lo que estamos en mora. Se trata de la promoción industrial, a la que se han referido algunos señores senadores. El sistema de promoción industrial durante las épocas de gobiernos de facto fue anarquizado por leyes y decretos que provocaron graves enfrentamientos y conflictos entre las provincias y también entre las provincias y la Nación. El actual gobierno, a través del decreto, ha procurado paliar algunas de las situaciones inicuas que heredamos en 1983. Pero esto solamente constituye parches para una solución integral en el tema del sistema industrial argentino. Lo digo en representación de mi provincia, gravemente afectada en este tema.

Podemos exigir »porque no puede ni debe ser así- que el sistema de promoción industrial sea impuesto desde el Poder Ejecutivo. Si bien éste tiene en sus manos los resortes para la promoción industrial como son la política fiscal, la política tarifaria de los servicios públicos y fundamentalmente de la energía, el manejo de los aranceles para algunos insumos importados que se requieren para algunas industrias y el manejo del crédito oficial que son herramientas que tiene y maneja el Poder Ejecutivo, debemos coincidir en que el sistema de promoción industrial tiene que provenir de un gran pacto federal económico que debemos formalizar entre todas las provincias y la Nación.

El Estado nacional debe presidir ese pacto federal económico. Deberá aportar con la mejor predisposición todo lo que hace a la política fiscal, arancelaria, tarifaria y crediticia. Pero las provincias que representamos todos los senadores aquí presentes, señor presidente, deberán concretar un acto de solidaridad y generosidad que los aleje del combate entre ellos y se concluyan sus permanentes pujas, que hacen imposible encontrar una solución integral al sistema de promoción industrial.

Las provincias no podemos dirigir las críticas al Poder Ejecutivo porque éste no puede generar »reitero-, en un acto de imposición, el sistema de promoción industrial, que será una herramienta fundamental para generar esta descentralización económica. Debe surgir de un entendimiento y de una concentración entre todas las provincias y la Nación.

Debemos terminar con las rivalidades de Mendoza con La Rioja o San Luis, y con los problemas que existen en las provincias de Norte. De la misma manera, debemos concluir con los conflictos que se discuten a diario como, por ejemplo, La Pampa debe incluirse o no dentro del régimen patagónico.

En este pacto federal económico junto con la Nación tendremos que determinar en un acto de solidaridad qué zonas contarán con regímenes de promoción para desarrollar industrias específicas. Este es el verdadero desafío que debemos afrontar si es que participamos del diagnóstico que hemos efectuado y si también compartimos el objetivo de un país que demográficamente cuente con una mejor ocupación de su territorio y, del mismo modo, tenga polos de desarrollo donde se encuentren fuentes de energía y recursos naturales actualmente inexplorados. Allí, señor presidente, está el pleno justificativo para el traslado de la Capital.

También provocaremos una reactivación económica, no como consecuencia del gasto sino de la inversión de 4.600 millones de dólares que servirán para promover notoriamente la actividad, fundamentalmente, de la construcción. Esto a su vez, permitirá, como efecto colateral, mejoras en los sistemas de comunicación y transporte.

Señor presidente: respecto de la opinión de todos los señores senadores que han formulado sus planteos, quejas, críticas o han efectuado sugerencias y exhortaciones destinadas a modificar total o parcialmente el proyecto de ley, creo que no podemos admitir que se lo califique como producto de la improvisación o del sueño infantil del señor presidente de la República. Porque cualquier improvisado observador de este debate puede llegar a pensar que el presidente ha sorprendido al país con la iniciativa de trasladar la Capital como si fuese un tema ajeno a las grandes discusiones nacionales. Este es el gran tema de las discusiones políticas desde 1880 en adelante.

Aquí se ha dicho, en un pormenorizado análisis histórico, que ha habido centenares de iniciativas, no necesariamente parlamentarias, para trasladar la Capital. Por ejemplo, se propuso a Coronda, Huinca Renancó, Villa Mercedes, Córdoba, Tucumán, Bell Ville, Paraná, San Fernando, Ramallo, San Nicolás, Bahía Blanca, Río Tercer, Río Cuarto y Realicó, entre otras, como sedes de la nueva Capital de la República.

Me voy a permitir hacer una referencia partidaria, señor presidente, porque en un buen sistema político cuando se gana una elección lo menos que puede hacer un presidente es cumplir con lo prometido a su pueblo. En la plataforma partidaria de 1983, la Unión Cívica Radical »partido del cual surgió el actual presidente de todos nosotros- se decía que había que promover la real descentralización del país; regionalizar sus actividades y todos los servicios públicos y concretar y cristalizar en la práctica el auténtico federalismo, señor presidente. Era un mandato del pueblo y ese mandato está en vías de ejecución.

El 15 de abril de 1986, el presidente de la Nación dijo que había que marchar hacia el mar, hacia el sur y hacia el frío, y presentó el proyecto que hoy debatimos.

El 28 de agosto del mismo año presentó formalmente el proyecto al Honorable Senado, en una decisión acertada toda vez que él es la representación cabal del poder federal de la República. A partir de allí comienzan a trabajar todas las áreas que tienen implicancia directa con el proyecto: INTA, IDEVI, Hidronor, Agua y Energía, de Turismo, de Cultura, de Educación y de Salud, entre otras. Todas estas áreas han elaborado dictámenes e informes que también sirven para acreditar la real preocupación y la seriedad de los estudios efectuados.

En la provincia de Buenos Aires se dictó una ley luego de un largo debate, con el apoyo de la Unión Cívica Radical, el Partido Justicialista y de legisladores de otros partidos. Luego, en la provincia de Río Negro los partidos populares más importantes del país conjugan el mismo verbo y dicen: “Construyamos un nuevo país; traslademos la Capital". Más tarde, en el seno de la Cámara de Senadores de la Nación; se realizaron no menos de diez reuniones plenarias de comisión donde han participado funcionarios de todas las áreas. Digo todo esto porque en este debate se sigue calificando al proyecto de improvisado.

Ríos de tinta se han escrito sobre el papel; trabajos de toda índole, realizados por juristas, ecologistas y dirigentes de partidos políticos. Todas estas opiniones han ido enriqueciendo la idea y perfeccionando el proyecto.

Señor presidente; estamos en una sesión más que sirve para el esclarecimiento de la opinión pública, considerando la conveniencia del traslado de la Capital.

Lo fundamental es que de aquí salga el compromiso una vez aprobado el proyecto, de lograr que éste sea un punto de convocatoria de todos los argentinos para reformular el país en el marco de la segunda República. Y esto, señor presidente, no significa degradar el pasado, como piensa el señor senador Martiarena quien cree que porque hablamos de la segunda República nos vamos a avergonzar de todo lo que hemos hecho los argentinos de cualquier extracción política en el país. -¡Si nosotros tenemos mucho que ver en la historia, con Irigoyen, con Alem, con Illia como para hablar de la primera y de la segunda República!

La Segunda República es una nueva etapa que no nace para el radicalismo ni por el radicalismo; nace con el reencuentro de la democracia, al cual han contribuido todos los partidos políticos populares.

Los franceses ya están en la Quinta República y aman su historia. Esto no quiere decir que miremos de reojo el pasado, señor senador Martiarena »me dirijo a usted por intermedio de la Presidencia-. Y vamos a marchar decididamente hacia ese futuro de grandeza, sin improvisaciones.

Y, quizá, no sea correcto que actúe de un modo contestatario, pero -¡qué paradoja que se diga que este es un proyecto improvisado! Lo sostuvo el senador Rubeo, quien ha presentado u proyecto en una carilla, proponiendo que la Capital seas trasladada a la ciudad de Mar del Plata.

Respecto de este tema, he mencionado todo lo que se ha escrito y trabajado, e hice referencia a todos los funcionarios que se ocuparon de este tema, como para que el traslado de la Capital tenga una justificación histórica, ecológica-

Sr. Britos: -¿Me permite una interrupción, señor senador?

Sr. Genoud: Cómo no, señor senador.

Sr. Britos: Solicito que se aplique el Reglamento, señor presidente, que para aludir a un senador hay que referirse a la provincia que representa.

Sr. Genoud: Tiene razón, señor senador. Lo que ocurre es que soy nuevo en este Senado. Y, si bien conozco el Reglamento, como en las sesiones que se vienen desarrollando para el tratamiento de este tema, senadores de las distintas bancadas incurrieron en la misma ligereza reglamentaria, me he permitido hacerlo también.

Sr. Presidente (Otero): De cualquier modo, apliquemos el Reglamento.

Sr. Genoud: Quiero decir, señor presidente, que no se puede juzgar con tanta ligereza al Poder Ejecutivo de la Nación ni al oficialismo hablando de una eventual improvisación en la elaboración y discusión del proyecto.

Ahora bien, me pregunto con qué argumentos el diputado Mulqui, de la provincia de Jujuy, propone a Tucumán como sede de la nueva Capital y, de la misma manera, por qué la señora senadora por Tucumán, integrante de este cuerpo, propone a la misma ciudad para radicar o emplazar allí la nueva Capital. Por su parte, el diputado Dovena »y lo nombro porque no integra el cuerpo, señor presidente- desea radicar la Capital al sur del río Colorado, y como dije antes, el señor senador por Santa Fe, que aspira a que la Capital sea emplazada en Mar del Plata, no dice cómo, por qué, cuál será su costo, cuáles son los estudios de hidrología, ecología, educación, energía y suelos que habilitan el proyecto. Por su parte, los señores diputados Serralta, Matzkin y Corso presentaron recientemente un proyecto en el que proponen trasladar la Capital a La Pampa.

Cabe destacar que todos estos proyectos llegaron como un aluvión después de 23 de agosto de 1986, cuando el señor presidente de la República presentó la iniciativa del traslado de la Capital a Viedma. Y nos parece bien-

Sr. Conchez: -¿Me permite una interrupción, señor senador?

Sr. Genoud: Sí, señor senador.

Sr. Conchez: Vengo escuchando desde hace un buen rato las aseveraciones muy vehementes que darían a entender como que hubiera una gran oposición al traslado de la Capital.

Al respecto, deseo aclarar al señor senador que el 99 por ciento de los argentinos estamos de acuerdo con el traslado, pero no con la metodología y la urgencia que se imprimieron a la cuestión. Con relación a este tema quiero mencionar que adolece de un gran defecto la mecánica por la cual ha llegado este proyecto al debate-

Sr. Gass: Eso ya lo ha dicho, señor senador.

Sr. Presidente (Otero): Se le concedió esta interrupción, señor senador por La Pampa, para formular una aclaración. Usted ya intervino en el debate. Como se hizo alusión a la provincia de La Pampa, creí que se refería a ese tema.

Sr. Berhongaray: Aclare, señor presidente, a qué senador por La Pampa se refiere. (Risas).

Sr. Presidente (Otero): Al señor senador le duele que se mencione a otro senador por su nombre; pero, en realidad, habitualmente lo hacemos afectuosamente, y hoy, en diversas ocasiones, se citó el nombre y apellido del presidente de todos los argentinos.

Sr. Gass: El artículo 166 del Reglamento dice que se evitará en lo posible hacer mención del nombre del legislador. No expresa que no se lo pueda mencionar.

Sr. Britos: También dicen que se debe pedir la palabra a la presidencia.

Sr. Presidente (Otero): Continúa en el uso de la palabra el señor senador por Mendoza.

Sr. Genoud: Continúo con mi exposición, para ir concluyendo, señor presidente.

Créame que no es mi estilo hacer referencias agresivas a legisladores de la oposición. Pero he cambiado el temperamento y hábito después de haber escuchado con qué encarnizamiento se ha tratado el proyecto y la investidura presidencial, señor presidente, porque no estamos ante un proyecto más. Estamos seguramente frente a un proyecto de tanta relevancia histórica que permitirá la reformulación de una Argentina absolutamente distinta.

Reitero, señor presidente, que éste no es un proyecto para el radicalismo, no es un proyecto para el gobierno. Es un proyecto para la historia, para las futuras generaciones de argentinos. Quizás hasta se dé la paradoja de que no sea del mismo signo ideológico del presidente Alfonsín el primer magistrado que inaugure las obras en Viedma y Carmen de Patagones. No se crea que haya una actitud mezquina y partidista en la defensa de este proyecto. Estamos absolutamente consustanciados con su concepción y sus altos objetivos, y poniendo nuestra mirada por sobre toda concepción sectaria o partidista.

Decía, señor presidente, que con mucha ligereza se ha juzgado de improvisación al proyecto del Poder Ejecutivo con todo lo que se ha trabajado intensamente en este tema.

Sin embargo, hay no menos de cien legisladores de ambas cámaras que integran los distintos partidos, pero principalmente el Justicialista, que proponen el cambio de la ubicación de la Capital hacia lugares distintos. No es que propongan la creación de una comisión para que ésta determine, luego de largos estudios, cuál debe ser el lugar del emplazamiento. Directamente postulan a Tucumán, Bahía Blanca, La Pampa y Mar del Plata. Y para determinar el lugar de emplazamiento se requiere profundos estudios que le han costado al Estado la movilización de gran cantidad de funcionarios de todas las áreas para arribar a las conclusiones que aquí se han analizado pormenorizadamente.

Es un juicio crítico que no vamos a dejar pasar porque el proyecto de Capital será ley en pocos días. No vamos a dejar que en la atmósfera del país se respire esta idea porque ello conspirará contra el proyecto. Este se cristalizará si todos los argentinos de todos los sectores e ideologías vamos marchando hacia delante para superar los gravísimos obstáculos que tendremos que realizar hasta lograr su concreción.

Creo que se han exagerado algunas argumentaciones en el afán de oponerse al proyecto. Me refiero, por ejemplo, al tema de la inconstitucionalidad. Muy bien lo ha rebatido el senador de la Rúa y seguramente volverá sobre el particular al concluir las exposiciones de hoy. Me extraña sobre todo el hecho, como apreciación de puro orden político, de que los legisladores de Río Negro y de Buenos Aires, hombres de otras extracción políticas, de distintas agrupaciones, hayan aprobado la cesión de tierras sin hacer ninguna mención sobre la eventual inconstitucionalidad de la ley.

Me ha llamado la atención también la cantidad innumerable de proyectos a los que recién hacía referencia, pertenecientes fundamentalmente a hombres de extracción justicialista que los han presentado, con largos fundamentos, sin reparar en la inconstitucionalidad. Lo mismo puede decir respecto del autor citado por el senador por Catamarca; el doctor Linares Quintana recién ahora expone la idea en el sentido de que la norma puede ser eventualmente inconstitucional, aunque ello no surge de las numerosas obras que realmente han enriquecido el patrimonio cultural y jurídico de la Argentina.

Hay contradicciones que nos han llenado de sorpresas. El senador por Santa Fe dice que Viedma y Carmen de Patagones presentan una ubicación vulnerable a un ataque militar; no obstante ello, su proyecto propone que la Capital sea Mar del Plata.

Estas son irracionalidades notorias que no podemos dejar de señalar. Lamento que el senador por Santa Fe no se encuentre presente, porque leyó su discurso y después no ha vuelto más al recinto. Y se dice que esto es improvisar, cuando en realidad lo que tendríamos que hacer aquí es discutir hasta el final el tema y agotar una por una las argumentaciones que se han dado.

Igualmente, cuando se habla de la destrucción eventual de El Chocón, que fue una idea que se lanzó hace tiempo y tomó estado público, causando una tremenda repercusión, desmesurada, exagerada, en la opinión pública, se llega a casos de ciencia ficción. Se estaba haciendo un cuadro apocalíptico de una situación que es de sencilla respuesta y contestación.

Sr. Martiarena: Responda y conteste sobre lo informado.

Sr. Genoud: Exactamente, señor senador.

Sr. Martiarena: Sería bueno que conteste-

Sr. Brasesco: Quédese tranquilo, lo escuchamos con resignación cristiana a usted; así que déjelo tranquilo al señor senador. (Risas).

Sr. Martiarena: No tiene razón el que habla más fuerte.

Sr. Velásquez: Ni el que habla más. (Risas.) (Aplausos).

Sr. Genoud: Señor presidente: voy a solicitar que no se me interrumpa para continuar con la exposición.

Cuando estudiaba este tema consultamos a algunos técnicos e incluso especialistas en la materia. Reitero, señor presidente, que esta cuestión será abordada por otros legisladores de mi bancada, no obstante lo cual voy a decir que nos hemos tomado el trabajo de analizar cuántos millones de habitantes del mundo viven a la vera de los ríos más importantes del planeta. Y todos estos ríos tienen presas, más pequeñas o más grandes que El Chocón. La cuenca del río Columbia tiene en las ciudades de Pórtland y Vancouver más de 500 mil habitantes; a 100 kilómetro de estas ciudades está la presa de John Day, construida en 1968. A su vez, más cerca aún están las presas McNary, Boneville y Priets Rapids.

La cuenca del Tennessee es afluente del río Misisipi, en cuya desembocadura está la ciudad de Nueva Orleáns, de 500 mil habitantes. A mil kilómetros está la presa de Kentucky.

En la cuenca del río Nilo se halla la represa de Assuán, varias veces más grande que El Chocón. En el Cairo viven diez millones de personas, que lavan sus pies en el Nilo si quieren. A 900 kilómetros está »reitero- la represa de Assuán, señor presidente.

Puedo referirme también a la cuenca del río Rhin sobre el cual están asentadas las ciudades de Bonn, de 150 mil habitantes, y de Rótterdam, de 558 mil habitantes. Hay tres presas cerca de estas ciudades, a 250, 350 y 370 kilómetros de distancia respectivamente.

Con respecto a la cuenca del río Tíber , hay tres millones de habitantes en Roma y muy cerca de esta ciudad están las presas de Castel Giubileo y de Nazzaro.

Todas estas presas pueden destruirse, pueden fisurarse, pueden ser objeto de un atentado, como cualquier dique o presa en el mundo.

Estos son razonamientos lógicos que espero que tomen difusión pública para que la ciudadanía pierda ese temor que creó la noticia que se lanzó a partir de la preocupación del señor senador por Jujuy. Veamos: Tenemos el caso del Chocón, a 700 kilómetros del futuro emplazamiento de la Capital Federal, que tiene 650 kilómetros desde la confluencia de los ríos Limay y Neuquén, con un ancho de 25 kilómetros entre barda y barda. Quiere decir que una eventual pérdida de agua de El Chocón tendría que inundar, en primer término, 650 kilómetros en una superficie estimada por los técnicos de 25 kilómetros de promedio entre barda y barda.

Pero hay algo más, señor presidente. La pendiente que existe desde la confluencia de los ríos Limay y Neuquén y la nueva Capital es muy leve. No se trata de los ríos de montaña, que conocemos los hombres que estamos sobre la Cordillera de los Andes. El río Negro tiene un gran caudal pero es un río perezoso, lento, meandrazo, de tal modo que no es previsible una caída violenta de las aguas que recorra tanta distancia inundando tantos kilómetros cuadrados. Por todo esto, la hipótesis que se ha traído a este recinto es definitivamente de ciencia ficción.

También se ha hablado de la financiación, señor presidente, que está en el orden de 4.600 millones de dólares. Gran parte de los legisladores de la oposición han expresado en distintos términos que esta cifra es errónea pero no dicen por qué, no hacen las cuentas ni estudios de costos comparables con los que proporcionan los técnicos de la Comisión Asesora Técnica, como para refutar la información proporcionada por éstos.

Si piensan que la inversión será de 12 mil o 15 mil millones de dólares, no se han dado respuestas satisfactorias en el orden financiero y contable con estudios de costos serios como para que realmente tengan verosimilitud y credibilidad estos asesores.

Como muchas veces la opinión pública no cuantifica los valores de lo que constituye esta inversión importante, voy a citar un ejemplo para que sirva de comparación. Yacyretá tuvo una valuación inicial de 7 mil millones de dólares y se calcula que insumirá 1.500 millones de dólares más dentro de cinco años, de tal modo que la inversión para el traslado de la Capital en nueve años es inferior en un 40 por ciento a la construcción de la represa de Yacyretá.

Esto debe servir para que la opinión pública tenga una conciencia cabal de que esto no es un gasto sino una auténtica inversión. También se ha manifestado aquí y seguramente formará parte de la exposición del señor senador Trilla, que solamente el 48 por ciento de esa cifra estará constituida por inversión pública, ya que el resto corresponde a la inversión privada, es decir, la construcción de embajadas, hoteles, comercios y bancos, que seguramente van a acompañar a la decisión oficial y a la inversión pública que se realice al respecto.

Concluiré haciendo un rápido dibujo de las posturas que aquí se han manifestado. Están los que creen que la Capital debe trasladarse a Viedma, y apoyan y coinciden absolutamente con el proyecto oficial, aunque existen reparos en algún artículo y en aspectos parciales. Hay un numeroso grupo de legisladores que proponen el cambio de la Capital hacia otras ciudades o en otros emplazamientos del país, es decir, coinciden con la idea sustancial de que la Capital no puede seguir en Buenos Aires. Otros proponen la creación de comisiones bicamerales para que estudien a qué lugar del país debe trasladarse la Capital o sea, señalan que debe trasladarse pero que solamente la comisión debe determinar su futuro emplazamiento, tal es el caso del proyecto del diputado Manzano, presidente del bloque justicialista renovador de la Cámara de Diputados.

También están los que proponen la creación de una comisión para que estudie si es conveniente o no el traslado; entre otros, suscribe un proyecto de esta naturaleza el señor senador por Jujuy. Finalmente, se encuentran los que creen que el país está muy bien así, que la Capital está bien ubicada, que no hay mayores riesgos y que la Argentina debe seguir desarrollándose en las actuales circunstancias y por los mismos canales de crecimiento. Esto lo sostiene Juan Alemann en el diario “La Nación" de antes de ayer, cuando termina un artículo diciendo lo siguiente: “El traslado de la Capital no sólo no contribuiría al desarrollo del interior sino que, por lo contrario, restaría recursos para la inversión reproductiva en todo el país, frenándose la tendencia señalada de descentralización".

Este es el mapa político de las distintas posiciones que se han esbozado en el país sobre el traslado de la Capital. En una palabra, han pasado ciento seis años desde aquella premonición de Leandro Alem y la opción sigue intacta: los que creen en el país centralizado, autoritario y unitario y los que piensan en el país descentralizado, federal y democrático. Nosotros nos contamos entre los segundos. (Aplausos prolongados. Varios señores senadores rodean y felicitan al orador).