Texto completo del mensaje que el Dr. Raúl Alfonsín pronunció en Viedma el miércoles 16 de abril de 1986 desde los balcones del Ministerio de Hacienda de la Provincia de Río Negro y ante más de 10 mil personas:
La propuesta responde a un proyecto político
La sociedad argentina tiene conciencia de que solamente puede emerger de la crisis marchando hacia adelante.
Si el general José de San Martín no hubiera adoptado la decisión do marchar hacia adelante, ya en 1814, la guerra de la Independencia se hubiera perdido.
San Martín comprendió que el gran punto para la emancipación americana era el Perú y que allí se definiría la guerra, porque aquello que para nosotros era nuestro vacío, constituía el punto de concentración del enemigo. Había que llegar al área decisiva con imaginación, con coraje, con inteligencia y con una voluntad muy firme.
Para eso era necesario comenzar por escalar las más altas cumbres y presentar lucha en territorio chileno.
Los hombres de la Organización Nacional y sus precursores trataron de ir perfilando las fronteras definitivas del país con la sanción de una Constitución federal, con la Conquista del Desierto, con la apertura de la inmigración, con la libertad de comercio y con un clima de paz y libertades públicas, tanto políticas como religiosas. El objetivo era lograr el crecimiento sostenido. Esta continuidad tuvo grandes aciertos; pero también falencias. Y constituyó una consecuencia de estas últimas la macrocefalia, con una ciudad gigantesca y enormes zonas retrasadas o casi abandonadas durante muchos años.
La sociedad argentina tiene conciencia de que solamente puede emerger de la crisis marchando hacia adelante.
Si el general José de San Martín no hubiera adoptado la decisión do marchar hacia adelante, ya en 1814, la guerra de la Independencia se hubiera perdido.
San Martín comprendió que el gran punto para la emancipación americana era el Perú y que allí se definiría la guerra, porque aquello que para nosotros era nuestro vacío, constituía el punto de concentración del enemigo. Había que llegar al área decisiva con imaginación, con coraje, con inteligencia y con una voluntad muy firme.
Para eso era necesario comenzar por escalar las más altas cumbres y presentar lucha en territorio chileno.
Los hombres de la Organización Nacional y sus precursores trataron de ir perfilando las fronteras definitivas del país con la sanción de una Constitución federal, con la Conquista del Desierto, con la apertura de la inmigración, con la libertad de comercio y con un clima de paz y libertades públicas, tanto políticas como religiosas. El objetivo era lograr el crecimiento sostenido. Esta continuidad tuvo grandes aciertos; pero también falencias. Y constituyó una consecuencia de estas últimas la macrocefalia, con una ciudad gigantesca y enormes zonas retrasadas o casi abandonadas durante muchos años.
Salir de la decadencia
Existe conciencia en todos los argentinos de que el modelo derivado de la Organización Nacional ya no puede cubrir los requerimientos a los que se enfrentará la Argentina del siglo veintiuno. Los argentinos sabemos que es necesario un cambio y que ese cambio no puede sino depender de nuestra propia voluntad nacional. La necesidad de cambio está a flor de piel en la reflexión política cotidiana de todos los ciudadanos.
La sociedad, en forma libre, voluntaria y plenamente consciente, debe sacudir cualquier resabio que pudiera existir de una tendencia a la rutina, al hedonismo, a la inercia y al miedo: debe salir del apoltronamiento, de todo lo que insinúe rasgos de decadencia, para luchar activamente por el país que merecemos.
Los gobernantes y el resto de los pobladores debemos tomar conciencia de que no se saldrá de la actual situación con nuevos paños tibios y que el país necesita vertebrarse virilmente, endurecerse, plantar su energía y su rostro a la intemperie del futuro, asentado firmemente sobre sus pies.
Los argentinos debemos ser pioneros, debemos marchar hacia nuevas metas con cantos de pioneros, enfrentando los esfuerzos necesarios, con la dignidad recuperada de los hombres libres, con la alegría de una libertad creadora.
Cuando, ante las dificultades, los países o las instituciones se ablandan, desaparecen o entran en el vértigo de la decadencia; cuando, ante las dificultades, los países deciden templarse, contestando a la necesidad con mayor esfuerzo, se convierten en naciones que superan cualquier tendencia a la medianía.
Existe conciencia en todos los argentinos de que el modelo derivado de la Organización Nacional ya no puede cubrir los requerimientos a los que se enfrentará la Argentina del siglo veintiuno. Los argentinos sabemos que es necesario un cambio y que ese cambio no puede sino depender de nuestra propia voluntad nacional. La necesidad de cambio está a flor de piel en la reflexión política cotidiana de todos los ciudadanos.
La sociedad, en forma libre, voluntaria y plenamente consciente, debe sacudir cualquier resabio que pudiera existir de una tendencia a la rutina, al hedonismo, a la inercia y al miedo: debe salir del apoltronamiento, de todo lo que insinúe rasgos de decadencia, para luchar activamente por el país que merecemos.
Los gobernantes y el resto de los pobladores debemos tomar conciencia de que no se saldrá de la actual situación con nuevos paños tibios y que el país necesita vertebrarse virilmente, endurecerse, plantar su energía y su rostro a la intemperie del futuro, asentado firmemente sobre sus pies.
Los argentinos debemos ser pioneros, debemos marchar hacia nuevas metas con cantos de pioneros, enfrentando los esfuerzos necesarios, con la dignidad recuperada de los hombres libres, con la alegría de una libertad creadora.
Cuando, ante las dificultades, los países o las instituciones se ablandan, desaparecen o entran en el vértigo de la decadencia; cuando, ante las dificultades, los países deciden templarse, contestando a la necesidad con mayor esfuerzo, se convierten en naciones que superan cualquier tendencia a la medianía.
Pacifismo, no “pacimismo”
Ninguna gran nación de la tierra se hizo sin gente, sin pobladores, sin ciudadanos dispuestos a emprender grandes conquistas. Esas grandes conquistas pudieron, en los poderosos imperios, ser conquistas de la guerra. Nosotros aspiramos, irreversiblemente, a que sean conquistas de la paz.
Un gran filósofo argentino diferenciaba al pacifismo -al que consideraba como una noble virtud en defensa de la vida- de lo que llamaba el “pacimismo”, el ensimismamiento de una paz cerrada, autista, autocomplaciente, de nervios débiles, músculos blandos y corazón perezoso.
Vamos a realizar un esfuerzo del corazón y de la razón y, para ese esfuerzo, debemos convocarnos todos los argentinos. Si no estamos convencidos de lo que vamos a hacer, tengamos conciencia que la alternativa es entregarnos, pero no entregarnos a misteriosos poderes externos, sino, sobre todo, entregarnos a los fantasmas de una inacción tan nostálgica como desesperada, a la melancolía de la depresión.
Ningún imperio colonial hubiera podido mantener impunemente, contra la voluntad nacional, un enclave marítimo frente a una Patagonia sanamente desarrollada, con un Mar Argentino, que no puede ser argentino solamente en las intenciones o en los mapas, sino que debe serlo porque sus costas son argentinas, efectivamente argentinas, carnalmente argentinas.
Es indispensable crecer hacia el Sur, hacia el mar y hacia el frío, porque el Sur, el mar y el frío fueron casi las señales de la franja que abandonamos, los segmentos del perfil inconcluso que subsiste en la Argentina.
Ninguna gran nación de la tierra se hizo sin gente, sin pobladores, sin ciudadanos dispuestos a emprender grandes conquistas. Esas grandes conquistas pudieron, en los poderosos imperios, ser conquistas de la guerra. Nosotros aspiramos, irreversiblemente, a que sean conquistas de la paz.
Un gran filósofo argentino diferenciaba al pacifismo -al que consideraba como una noble virtud en defensa de la vida- de lo que llamaba el “pacimismo”, el ensimismamiento de una paz cerrada, autista, autocomplaciente, de nervios débiles, músculos blandos y corazón perezoso.
Vamos a realizar un esfuerzo del corazón y de la razón y, para ese esfuerzo, debemos convocarnos todos los argentinos. Si no estamos convencidos de lo que vamos a hacer, tengamos conciencia que la alternativa es entregarnos, pero no entregarnos a misteriosos poderes externos, sino, sobre todo, entregarnos a los fantasmas de una inacción tan nostálgica como desesperada, a la melancolía de la depresión.
Ningún imperio colonial hubiera podido mantener impunemente, contra la voluntad nacional, un enclave marítimo frente a una Patagonia sanamente desarrollada, con un Mar Argentino, que no puede ser argentino solamente en las intenciones o en los mapas, sino que debe serlo porque sus costas son argentinas, efectivamente argentinas, carnalmente argentinas.
Es indispensable crecer hacia el Sur, hacia el mar y hacia el frío, porque el Sur, el mar y el frío fueron casi las señales de la franja que abandonamos, los segmentos del perfil inconcluso que subsiste en la Argentina.
Argentina, sureña y oceánica
Sabemos de la importancia del Sur. Políticas erradas en sus procedimientos pensaron varias veces en afirmar el Sur a través de la guerra, pero los argentinos comprendemos perfectamente que si hubiéramos afirmado el Sur no habría sido necesaria guerra alguna y que, afirmando el Sur, hacemos posible consolidar una paz que todavía no es definitiva.
Tenemos mares fríos con puertos naturales sin hielo, en extensiones inmensas y con todo tipo de riquezas; pero hasta ahora nos hemos movido en torno de los ríos y casi exclusivamente en torno de los ríos.
La Argentina fluvial de Sarmiento fue un gran sueño para la interconexión nacional y regional, y ese sueño, que tenía un nervio tensor en el río Bermejo, fue recogido en su momento por Hipólito Yrigoyen. Pero ya no alcanza la idea de una Argentina fluvial sino que es necesario ir a la búsqueda de la Argentina oceánica. Y la Argentina oceánica empieza mucho más al Sur de esta vía fluvial madre, que es el río de la Plata; empieza girando la provincia de Buenos Aires, buscando antes del golfo de San Matías, un nuevo centro de gravedad en el río Negro y en una desembocadura que aferra a todo el litoral marítimo de la Patagonia, mirando hacia la Antártida y buscando una suerte de identidad geográfica renovada, pero muy específica de la Argentina, que es la identidad de la Argentina sureña, que es la posibilidad de aproximar el Polo al territorio tradicional del país.
Sabemos de la importancia del Sur. Políticas erradas en sus procedimientos pensaron varias veces en afirmar el Sur a través de la guerra, pero los argentinos comprendemos perfectamente que si hubiéramos afirmado el Sur no habría sido necesaria guerra alguna y que, afirmando el Sur, hacemos posible consolidar una paz que todavía no es definitiva.
Tenemos mares fríos con puertos naturales sin hielo, en extensiones inmensas y con todo tipo de riquezas; pero hasta ahora nos hemos movido en torno de los ríos y casi exclusivamente en torno de los ríos.
La Argentina fluvial de Sarmiento fue un gran sueño para la interconexión nacional y regional, y ese sueño, que tenía un nervio tensor en el río Bermejo, fue recogido en su momento por Hipólito Yrigoyen. Pero ya no alcanza la idea de una Argentina fluvial sino que es necesario ir a la búsqueda de la Argentina oceánica. Y la Argentina oceánica empieza mucho más al Sur de esta vía fluvial madre, que es el río de la Plata; empieza girando la provincia de Buenos Aires, buscando antes del golfo de San Matías, un nuevo centro de gravedad en el río Negro y en una desembocadura que aferra a todo el litoral marítimo de la Patagonia, mirando hacia la Antártida y buscando una suerte de identidad geográfica renovada, pero muy específica de la Argentina, que es la identidad de la Argentina sureña, que es la posibilidad de aproximar el Polo al territorio tradicional del país.
Perspectivas emocionantes
Las grandes ciudades del mundo se han ubicado lejos del Polo Sur y la línea del río Negro constituye un punto de referencia que aparece como sumamente significativo con sólo ver cualquier mapa del planeta. Ninguna capital está situada más allá del paralelo que marca la desembocadura del río Negro. Es más: al sur de esa línea no existe tierra continental alguna. Bajo esa raya imaginaria ya ha terminado África, ya ha terminado Australia, con excepción de la isla de Tasmania, y ya ha terminado prácticamente la isla septentrional de Nueva Zelanda. Desde los 40 grados hasta los 90 grados atraviesa el planisferio una franja inmensa, casi virgen, dentro de la cual la Patagonia argentina tiene el privilegio de mirar hacia el centro, hacia los océanos Atlántico, Indico y Antártico. Pero ese Mar Argentino es, al mismo tiempo, un acceso al océano Pacífico, acceso ahora más lógico a través de los entendimientos logrados con la hermana República de Chile.
Sabemos de la importancia de las tierras frías, la República Argentina tiene el privilegio de desgranar en su territorio la totalidad de los climas: es un país que llega desde más allá del Trópico de Capricornio hasta el Polo Sur. Las ventajas comparativas de las provincias centrales y norteñas, de las andinas y mesopotámicas, así como las fuertes ventajas comparativas que nos ofreció y nos ofrece el río de la Plata, han sido aprovechadas en diferentes y muchas veces injustas medidas, pero aprovechadas al fin. Pero las ventajas comparativas de nuestras zonas frías no han sido aprovechadas casi en absoluto. Y en nuestras zonas frías existen perspectivas que deberían emocionarnos, no sólo por cuanto se ha hecho ya en lo que se refiere al desarrollo de la hidroelectricidad sino también por las posibilidades que presenta la Patagonia para el despliegue de las fuentes de energía no convencionales, sobre todo aquellas basadas en las mareas marítimas y en las fuerzas eólicas, sin contar con la viabilidad de los proyectos para la producción de agua pesada en la misma zona.
Las grandes ciudades del mundo se han ubicado lejos del Polo Sur y la línea del río Negro constituye un punto de referencia que aparece como sumamente significativo con sólo ver cualquier mapa del planeta. Ninguna capital está situada más allá del paralelo que marca la desembocadura del río Negro. Es más: al sur de esa línea no existe tierra continental alguna. Bajo esa raya imaginaria ya ha terminado África, ya ha terminado Australia, con excepción de la isla de Tasmania, y ya ha terminado prácticamente la isla septentrional de Nueva Zelanda. Desde los 40 grados hasta los 90 grados atraviesa el planisferio una franja inmensa, casi virgen, dentro de la cual la Patagonia argentina tiene el privilegio de mirar hacia el centro, hacia los océanos Atlántico, Indico y Antártico. Pero ese Mar Argentino es, al mismo tiempo, un acceso al océano Pacífico, acceso ahora más lógico a través de los entendimientos logrados con la hermana República de Chile.
Sabemos de la importancia de las tierras frías, la República Argentina tiene el privilegio de desgranar en su territorio la totalidad de los climas: es un país que llega desde más allá del Trópico de Capricornio hasta el Polo Sur. Las ventajas comparativas de las provincias centrales y norteñas, de las andinas y mesopotámicas, así como las fuertes ventajas comparativas que nos ofreció y nos ofrece el río de la Plata, han sido aprovechadas en diferentes y muchas veces injustas medidas, pero aprovechadas al fin. Pero las ventajas comparativas de nuestras zonas frías no han sido aprovechadas casi en absoluto. Y en nuestras zonas frías existen perspectivas que deberían emocionarnos, no sólo por cuanto se ha hecho ya en lo que se refiere al desarrollo de la hidroelectricidad sino también por las posibilidades que presenta la Patagonia para el despliegue de las fuentes de energía no convencionales, sobre todo aquellas basadas en las mareas marítimas y en las fuerzas eólicas, sin contar con la viabilidad de los proyectos para la producción de agua pesada en la misma zona.
Clave del desarrollo
Todas las circunstancias hacían ver en la promoción de la Patagonia una clave ineludible del desarrollo argentino. Los grandes grupos de fuerzas hidráulicas aprovechables en la zona más templada de los Andes; la abundancia de materias primas que invitaban al establecimiento de grandes capas de población; la apertura del país a un inmenso océano con grandes costas naturales sin hielos; la fertilidad de una zona pesquera increíblemente pródiga, disputado hoy por todo el mundo; la existencia de enormes espacios aptos para la agricultura y la ganadería y, por supuesto, las grandes concentraciones de petróleo, a lo que se sumó, después de la construcción del complejo Chocón-Cerros Colorados, un notorio superávit hidroenergético. Todo ello invitaba a que esos enormes espacios vacíos de la Patagonia fueran ocupados.
En 1914, el geólogo Bailey Willis anticipó que las comunidades patagónicas desempeñarían un papel importante en las industrias argentinas y que en otras zonas no podrían emprenderse en condiciones igualmente favorables. Y, sin embargo, la Pata-gonia siguió quedando segregada del resto del país, paralizada en su propio círculo cerrado, con un crecimiento económico primario y enormes áreas despobladas. Pudo decirse con justicia que era inexplicable que ni siquiera su riqueza ovina haya sido la base para una prometedora industria textil-lanera; que ni siquiera su enorme riqueza petrolífera y gasífera esté todavía aprovechada o haya sido punto de partida de un crecimiento superior de la petroquímica; que ni siquiera su material de hierro haya servido de apoyatura suficiente a la siderurgia; que ni siquiera sus inmensos bosques hayan sido aprovechados convenientemente para la producción de papel u otros derivados de la celulosa, y que ni siquiera sus costas, depredadas impunemente o casi impunemente por buques extranjeros, hayan logrado que el país tenga el pescado bueno y barato que necesita para su equilibrio nutricional.
Todas las circunstancias hacían ver en la promoción de la Patagonia una clave ineludible del desarrollo argentino. Los grandes grupos de fuerzas hidráulicas aprovechables en la zona más templada de los Andes; la abundancia de materias primas que invitaban al establecimiento de grandes capas de población; la apertura del país a un inmenso océano con grandes costas naturales sin hielos; la fertilidad de una zona pesquera increíblemente pródiga, disputado hoy por todo el mundo; la existencia de enormes espacios aptos para la agricultura y la ganadería y, por supuesto, las grandes concentraciones de petróleo, a lo que se sumó, después de la construcción del complejo Chocón-Cerros Colorados, un notorio superávit hidroenergético. Todo ello invitaba a que esos enormes espacios vacíos de la Patagonia fueran ocupados.
En 1914, el geólogo Bailey Willis anticipó que las comunidades patagónicas desempeñarían un papel importante en las industrias argentinas y que en otras zonas no podrían emprenderse en condiciones igualmente favorables. Y, sin embargo, la Pata-gonia siguió quedando segregada del resto del país, paralizada en su propio círculo cerrado, con un crecimiento económico primario y enormes áreas despobladas. Pudo decirse con justicia que era inexplicable que ni siquiera su riqueza ovina haya sido la base para una prometedora industria textil-lanera; que ni siquiera su enorme riqueza petrolífera y gasífera esté todavía aprovechada o haya sido punto de partida de un crecimiento superior de la petroquímica; que ni siquiera su material de hierro haya servido de apoyatura suficiente a la siderurgia; que ni siquiera sus inmensos bosques hayan sido aprovechados convenientemente para la producción de papel u otros derivados de la celulosa, y que ni siquiera sus costas, depredadas impunemente o casi impunemente por buques extranjeros, hayan logrado que el país tenga el pescado bueno y barato que necesita para su equilibrio nutricional.
Ciudades a la medida del hombre
El avance hacia el Sur, hacia el mar y hacia el frío implicará también para el país nuevas e importantes perspectivas para la explotación turística. Sin duda, la creación de una adecuada infraestructura hotelera resultará de suma importancia, tanto para la previsible aceleración del movimiento turístico como también para la necesaria movilidad de científicos, hombres de negocios, técnicos y toda la importante gama de personas que temporariamente viajen en función de la puesta en marcha del proyecto. Sin duda, en la medida de lo prudente y necesario, se desarrollarán nuevas redes viales, con atención a su necesidad concreta y con sumo cuidado en la atención del gasto público. Esas redes viales se limitarán en un primer momento a lo que resulta indispensable, aunque se trazarán simultáneamente proyectos que permitan ir diseñando la visión futura.
El país se prepara para ingresar en el siglo XXI y los grandes espacios constituirán uno de los signos necesarios de un tiempo en que se hará consciente la lucha del hombre contra la contaminación ambiental, la falta de franjas verdes, la lejanía de los campos fértiles y la carencia de sol, datos propios de las grandes aglomeraciones humanas. En las últimas décadas, el hombre ha avanzado en forma vertical dentro de ciudades inmensas. Ha llegado el tiempo de un avance horizontal y de ciudades donde pueda vivirse a la medida del hombre. Los colmenares humanos de las grandes metrópolis fueron, sin duda, indispensables y seguirán siéndolo, parcialmente, en cuanto no pueden ser reemplazados a fuerza de voluntarismo.
Pero las nuevas dimensiones serán una señal muy precisa en la nueva y verdadera modernidad, en un estilo de modernización que implique también la sensación de caminos por recorrer y de posibilidades de recorrer caminos.
Esta nueva dimensión volverá a producir gente que conoce el color de los ojos de su prójimo y la manera de dar la mano. Gente que saluda a sus amigos durante las caminatas, que tiene una historia común con sus vecinos.
El avance hacia el Sur, hacia el mar y hacia el frío implicará también para el país nuevas e importantes perspectivas para la explotación turística. Sin duda, la creación de una adecuada infraestructura hotelera resultará de suma importancia, tanto para la previsible aceleración del movimiento turístico como también para la necesaria movilidad de científicos, hombres de negocios, técnicos y toda la importante gama de personas que temporariamente viajen en función de la puesta en marcha del proyecto. Sin duda, en la medida de lo prudente y necesario, se desarrollarán nuevas redes viales, con atención a su necesidad concreta y con sumo cuidado en la atención del gasto público. Esas redes viales se limitarán en un primer momento a lo que resulta indispensable, aunque se trazarán simultáneamente proyectos que permitan ir diseñando la visión futura.
El país se prepara para ingresar en el siglo XXI y los grandes espacios constituirán uno de los signos necesarios de un tiempo en que se hará consciente la lucha del hombre contra la contaminación ambiental, la falta de franjas verdes, la lejanía de los campos fértiles y la carencia de sol, datos propios de las grandes aglomeraciones humanas. En las últimas décadas, el hombre ha avanzado en forma vertical dentro de ciudades inmensas. Ha llegado el tiempo de un avance horizontal y de ciudades donde pueda vivirse a la medida del hombre. Los colmenares humanos de las grandes metrópolis fueron, sin duda, indispensables y seguirán siéndolo, parcialmente, en cuanto no pueden ser reemplazados a fuerza de voluntarismo.
Pero las nuevas dimensiones serán una señal muy precisa en la nueva y verdadera modernidad, en un estilo de modernización que implique también la sensación de caminos por recorrer y de posibilidades de recorrer caminos.
Esta nueva dimensión volverá a producir gente que conoce el color de los ojos de su prójimo y la manera de dar la mano. Gente que saluda a sus amigos durante las caminatas, que tiene una historia común con sus vecinos.
El uno por mil de argentinos
La empresa que se propone el Gobierno hace, así, sólo a las condiciones de la vida económico-social, sino que va en búsqueda de una mejor calidad de vida. Por supuesto, no es solamente a través de este proyecto que se producirá un vuelco en las condiciones humanas de una parte de los argentinos, por que el programa afectará inicialmente a unos pocos miles de personas, quizás a algo así como el uno por mil de la población total del país. Pero los múltiples aspectos indirectos pueden ser pródigos para la República, si sus habitantes asumen con fervor una idea que puede implicar cambios de significación en lo que correspondería también a la conquista de la felicidad para muchas personas.
Se ha anotado que los seres humanos solamente pueden cambiar una mínima parte de su propia realidad y de la realidad que los circunda. Nadie puede modificar el tiempo de su crecimiento, ni los datos esenciales de su constitución física, ni el lugar de origen, ni la cultura y la religión de pertenencia, en la que se inscribe su vida, ni sus atributos cotidianamente más importantes, ni el color de su piel, ni la historia de su familia, ni -muchas veces- su condición social. Los países también sufren una serie de determinaciones y de bienaventuranzas o de calamidades espaciales y temporales que no pueden modificar c que sólo pueden alterar parcialmente.
Sin embargo, el ser humano toma conciencia de sí mismo a través de una doble operación: reconocer y admitir la propia identidad; pero, a la vez, no interpretar la propia identidad como el peso tremendo de una naturaleza irreversible qué se cae encima, sino como la condición concreta en que se presenta la lucha por la existencia.
La empresa que se propone el Gobierno hace, así, sólo a las condiciones de la vida económico-social, sino que va en búsqueda de una mejor calidad de vida. Por supuesto, no es solamente a través de este proyecto que se producirá un vuelco en las condiciones humanas de una parte de los argentinos, por que el programa afectará inicialmente a unos pocos miles de personas, quizás a algo así como el uno por mil de la población total del país. Pero los múltiples aspectos indirectos pueden ser pródigos para la República, si sus habitantes asumen con fervor una idea que puede implicar cambios de significación en lo que correspondería también a la conquista de la felicidad para muchas personas.
Se ha anotado que los seres humanos solamente pueden cambiar una mínima parte de su propia realidad y de la realidad que los circunda. Nadie puede modificar el tiempo de su crecimiento, ni los datos esenciales de su constitución física, ni el lugar de origen, ni la cultura y la religión de pertenencia, en la que se inscribe su vida, ni sus atributos cotidianamente más importantes, ni el color de su piel, ni la historia de su familia, ni -muchas veces- su condición social. Los países también sufren una serie de determinaciones y de bienaventuranzas o de calamidades espaciales y temporales que no pueden modificar c que sólo pueden alterar parcialmente.
Sin embargo, el ser humano toma conciencia de sí mismo a través de una doble operación: reconocer y admitir la propia identidad; pero, a la vez, no interpretar la propia identidad como el peso tremendo de una naturaleza irreversible qué se cae encima, sino como la condición concreta en que se presenta la lucha por la existencia.
Tierra de bendición
Los países se encuentran frente a la misma situación: no pueden elegir su ubicación geográfica, pero pueden replantear su geografía a través de la política. No pueden elegir qué tipo de riquezas naturales tiene ni cuánto espacio, no dónde está ubicado ese espacio, pero pueden reconocerse a sí mismos en sus datos y pelear desde sus datos por un destino mejor.
La Argentina no debe ser desagradecida con respecto a su espacio. La misma ubicación geográfica, que en este período de la historia le es desfavorable, resultó favorable durante un siglo, alejó al país de las grandes guerras y la convirtió en el principal acreedor de grandes potencias. No se llegaba a la Argentina desde todos los lugares del mundo porque se la considerara un rincón desgraciado, sí no, más bien, porque se la apreciaba como una tierra de bendición.
Durante un siglo, o más de un siglo, la Argentina se movió con destreza en el concierto internacional y llegó así a ser uno de los principales países del mundo. Desde Europa se veían dos grandes naciones con futuro en América y la pregunta a principios de siglo era cuál de los dos sobresaldría más: la Argentina o los Estados Unidos de América.
No será llorando ahora por la actual condición desventajosa como se podrá modificar la situación. La Argentina viene siendo castigada por circunstancias negativas, pero, al mismo tiempo, sigue contando con enormes ventajas comparativas, que debe implementar a través de una correcta estrategia de crecimiento.
Los países se encuentran frente a la misma situación: no pueden elegir su ubicación geográfica, pero pueden replantear su geografía a través de la política. No pueden elegir qué tipo de riquezas naturales tiene ni cuánto espacio, no dónde está ubicado ese espacio, pero pueden reconocerse a sí mismos en sus datos y pelear desde sus datos por un destino mejor.
La Argentina no debe ser desagradecida con respecto a su espacio. La misma ubicación geográfica, que en este período de la historia le es desfavorable, resultó favorable durante un siglo, alejó al país de las grandes guerras y la convirtió en el principal acreedor de grandes potencias. No se llegaba a la Argentina desde todos los lugares del mundo porque se la considerara un rincón desgraciado, sí no, más bien, porque se la apreciaba como una tierra de bendición.
Durante un siglo, o más de un siglo, la Argentina se movió con destreza en el concierto internacional y llegó así a ser uno de los principales países del mundo. Desde Europa se veían dos grandes naciones con futuro en América y la pregunta a principios de siglo era cuál de los dos sobresaldría más: la Argentina o los Estados Unidos de América.
No será llorando ahora por la actual condición desventajosa como se podrá modificar la situación. La Argentina viene siendo castigada por circunstancias negativas, pero, al mismo tiempo, sigue contando con enormes ventajas comparativas, que debe implementar a través de una correcta estrategia de crecimiento.
Una cultura nacional
Por lo pronto, existe una cultura nacional. Esta afirmación quizá provoque la sonrisa de quienes consideran que en el país hay una cierta hibrides cultural o que en algunos casos no se han alcanzado valores similares a los de grandes potencias. Pero, al decir que hay una cultura nacional, quisiera que se empezara por retener que hay una cultura, y no un choque de culturas que han generado serias heridas, aun en los grandes países. Esa cultura nacional presupone un pluralismo que, lógicamente, está muy lejos de ser perfecto y puede segregar aún focos de exclusivismo e intolerancia. Pero el país
ha vivido sin grandes conflictos racionales y religiosos: sin separatismos dolorosos, y, reconociéndose siempre a través de un idioma, que es válido aún para algunas culturas indígenas que, con todo su derecho, mantienen su identidad idiomática.
El país ha aceptado el proyecto nacional contenido en la Constitución, y aunque vivió gran parte de su tiempo fuera de ella, su filosofía no es discutida, sino por grupos marginales. El país es gran exportador de materias primas, perjudicado actualmente por el pavoroso deterioro de los términos del intercambio. No necesita importar petróleo ni gas, ni casi ningún tipo de minerales y constituye una de las naciones más adelantadas del mundo en el desarrollo de la energía nuclear.
Es cierto que la Argentina está pasando por un mal momento, que se prolonga demasiado tiempo para quienes se crispan por la necesidad imperativa de salir adelante.
Por lo pronto, existe una cultura nacional. Esta afirmación quizá provoque la sonrisa de quienes consideran que en el país hay una cierta hibrides cultural o que en algunos casos no se han alcanzado valores similares a los de grandes potencias. Pero, al decir que hay una cultura nacional, quisiera que se empezara por retener que hay una cultura, y no un choque de culturas que han generado serias heridas, aun en los grandes países. Esa cultura nacional presupone un pluralismo que, lógicamente, está muy lejos de ser perfecto y puede segregar aún focos de exclusivismo e intolerancia. Pero el país
ha vivido sin grandes conflictos racionales y religiosos: sin separatismos dolorosos, y, reconociéndose siempre a través de un idioma, que es válido aún para algunas culturas indígenas que, con todo su derecho, mantienen su identidad idiomática.
El país ha aceptado el proyecto nacional contenido en la Constitución, y aunque vivió gran parte de su tiempo fuera de ella, su filosofía no es discutida, sino por grupos marginales. El país es gran exportador de materias primas, perjudicado actualmente por el pavoroso deterioro de los términos del intercambio. No necesita importar petróleo ni gas, ni casi ningún tipo de minerales y constituye una de las naciones más adelantadas del mundo en el desarrollo de la energía nuclear.
Es cierto que la Argentina está pasando por un mal momento, que se prolonga demasiado tiempo para quienes se crispan por la necesidad imperativa de salir adelante.
Aquí nos encontramos con todas las cosas que podemos modificar, y aún con el sentido de nuestra geografía que, como geografía política profundamente determinante de hechos culturales, históricos y económicos, no tiene por qué ser acatada sin debate. Todo plan de crecimiento lleva siempre un debate sobre la geografía política, la división territorial de los Estados. Así fue en nuestro pasado, cuando la polémica sobre la capitalización de Buenos Aires constituyó el fermento de un proyecto nacional manifestado en todos los campos. Así fue en Italia, cuando los problemas de la unidad nacional, de la forma de gobierno y de la situación de Roma eran el marco de la discusión sobre el país que se buscaba; así es en España, donde se encontró un método para la expresión de las autonomías y la preservación simultánea de la unidad nacional; así fue en los Estados Unidos, donde se creó la ciudad capital dándole el nombre de uno de los padres fundadores y primer presidente de la Unión, pero donde esa creación implicó un traslado de la sede del poder real, ubicado entonces en la costa Este, hacia el centro como avanzada de gran desarrollo que luego tomaría la costa Oeste; así fue en China, donde se llevó la capital hacia el Norte, avanzando de Kaifeng a Pekín; así fue en Rusia, donde la elección de Moscú como capital en reemplazo de San Petersburgo, hoy Leningrado, fue también una definición de trascendente sentido político; así fue en Alemania Federal, donde se ubicó la capital en la pequeña y tranquila ciudad de Bonn, lejos de las grandes concentraciones humanas. Cuando el Brasil decidió incorporar a la vida real y concreta del país a su propio centro geográfico, generó la ciudad de Brasilia, con radiación hacia todas las fronteras.
Conquistar el sur, el mar, el frío
Y, sin embargo, no se trata para los argentinos de asimilar, ni mucho menos imitar, ningún modelo. La Argentina no puede desplegarse en el mapa a través de creaciones de ciudades imaginadas en estudios de laboratorio, por más benéfico que haya sido en otros países ese tipo de empresas.
El país puede, en cambio, ir elaborando su destino y su proyecto e ir incorporando dentro de esa reflexión las funciones que tienen sus actuales y existentes ciudades, para verificar si una nueva asignación de funciones no puede coadyuvar al diseño de una empresa nacional o constituir, inclusive, el punto sobre el cual deberá girar la empresa nacional que nos proponemos.
Este tema no es en absoluto independiente de la cuestión vinculada al problema patagónico y a lo que hemos llamado la conquista del Sur, del mar y del frío. La búsqueda de una política patagónica que exprese el crecimiento del país hacia el Sur no es totalmente inédita en la República: muchos ciudadanos seguramente recuerdan la existencia de la Gobernación Militar de Comodoro Rivadavia y de Territorio Nacional de los Andes, finalmente incorporados a otras provincias por entenderse en su momento que así se servía mejor a los fines del desarrollo de la región. Está muy fresca también en la memoria colectiva la existencia de leyes especiales de tipo aduanero e impositivo, ya sea con la vigencia para la promoción del sur del paralelo 42, como con vigencia restringida a zonas más reducidas.
El país lanza ahora una política global con respecto a la Patagonia. Estamos convocando a los argentinos para ampliar juntos las fronteras reales de la Patria, y no vamos a ampliar esas fronteras a través de conquistas, ni solamente a través de reivindicaciones territoriales, porque cada país tiene, sobre todo, el espacio que utiliza. Si las savias que provienen de las fronteras reales de la República se secaran, las mismas grandes ciudades pobladas morirían y de hecho una de las lecturas de nuestras crisis es que se trata de la crisis de un país que no ha crecido, que no se ha extendido, que no ha realizado a nivel necesario la conquista de sus grandes espacios abiertos.
Un país como la Argentina, que a principios de siglo era ubicado en el mismo plano que los Estados Unidos en el continente, ha eternizado conflictos fronterizos, pero pareció carecer de verdadero orgullo por su espacio y no ha emprendido una marcha hacia el Sur, para unir a la República a través de franjas de soberanía. El país no supo qué hacer o pareció no saber qué hacer con sus desiertos del Sur y prefirió dejarlos semivacíos, sin que una política coherente los integrara al proyecto nacional.
Y, sin embargo, no se trata para los argentinos de asimilar, ni mucho menos imitar, ningún modelo. La Argentina no puede desplegarse en el mapa a través de creaciones de ciudades imaginadas en estudios de laboratorio, por más benéfico que haya sido en otros países ese tipo de empresas.
El país puede, en cambio, ir elaborando su destino y su proyecto e ir incorporando dentro de esa reflexión las funciones que tienen sus actuales y existentes ciudades, para verificar si una nueva asignación de funciones no puede coadyuvar al diseño de una empresa nacional o constituir, inclusive, el punto sobre el cual deberá girar la empresa nacional que nos proponemos.
Este tema no es en absoluto independiente de la cuestión vinculada al problema patagónico y a lo que hemos llamado la conquista del Sur, del mar y del frío. La búsqueda de una política patagónica que exprese el crecimiento del país hacia el Sur no es totalmente inédita en la República: muchos ciudadanos seguramente recuerdan la existencia de la Gobernación Militar de Comodoro Rivadavia y de Territorio Nacional de los Andes, finalmente incorporados a otras provincias por entenderse en su momento que así se servía mejor a los fines del desarrollo de la región. Está muy fresca también en la memoria colectiva la existencia de leyes especiales de tipo aduanero e impositivo, ya sea con la vigencia para la promoción del sur del paralelo 42, como con vigencia restringida a zonas más reducidas.
El país lanza ahora una política global con respecto a la Patagonia. Estamos convocando a los argentinos para ampliar juntos las fronteras reales de la Patria, y no vamos a ampliar esas fronteras a través de conquistas, ni solamente a través de reivindicaciones territoriales, porque cada país tiene, sobre todo, el espacio que utiliza. Si las savias que provienen de las fronteras reales de la República se secaran, las mismas grandes ciudades pobladas morirían y de hecho una de las lecturas de nuestras crisis es que se trata de la crisis de un país que no ha crecido, que no se ha extendido, que no ha realizado a nivel necesario la conquista de sus grandes espacios abiertos.
Un país como la Argentina, que a principios de siglo era ubicado en el mismo plano que los Estados Unidos en el continente, ha eternizado conflictos fronterizos, pero pareció carecer de verdadero orgullo por su espacio y no ha emprendido una marcha hacia el Sur, para unir a la República a través de franjas de soberanía. El país no supo qué hacer o pareció no saber qué hacer con sus desiertos del Sur y prefirió dejarlos semivacíos, sin que una política coherente los integrara al proyecto nacional.
La argentina que se usa
La superficie nominal de la Argentina es equivalente a más de diez veces la superficie de Gran Bretaña, a más de cuatro veces la superficie sumada de Gran Bretaña y Francia y es superior a la superficie total de veinte países europeos. Pero decir esto es enunciar una verdad simplemente aritmética, porque la superficie es, en cierto sentido, la superficie que se usa. Desde ahora, la Argentina reitera que no va a quitarle un metro de tierra a nadie y que, en cuanto a lo que es suyo, buscará las vías pacíficas de recuperación, que inexorablemente prevalecerán. Pero la Argentina también anuncia que conquistará su propio territorio y que no abandonará más tierras por no saber qué hacer con ellas.
La red fluvial formada por los ríos Negro, Neuquén, Limay y afluentes es la más importante entre las que se hallan totalmente bajo la soberanía argentina. Las obras del Chocón-Cerros Colorados no fueron realizadas por los argentinos para que las ovejas tuvieran electricidad, como irónicamente preguntó cierta vez un gobernante extranjero. Pero es verdad que, hasta ahora, la energía Chocón se dedica casi exclusivamente a Buenos Aires y el Gran Buenos Aires. Sin embargo, la obra del Chocón-Cerros Colorados era la primera etapa de un amplio plan energético, que no ha podido avanzar de acuerdo a las necesidades del país. Es cierto que uno de los objetivos del emprendimiento fue suplir el déficit general de energía; pero es más cierto aún que el objetivo básico y fundamental de la obra debía ser la promoción de la Patagonia. Y para que el Chocón sirva efectivamente a la Patagonia es necesaria una política nacional para la Patagonia. Esa política debe incluir las obras de infraestructuras necesarias; el asentamiento de pobladores en el Sur; la explotación de las riquezas mineras; la integración vial, tendiendo los puentes que están faltando; la construcción de puertos y de puertos de aguas profundas; la radicación de industrias; el desarrollo de industrias electrointensivas (como el aluminio); la promoción de la petroquímica; la puesta en pie y el despliegue de todas las posibilidades turísticas que brinda la región.
La superficie nominal de la Argentina es equivalente a más de diez veces la superficie de Gran Bretaña, a más de cuatro veces la superficie sumada de Gran Bretaña y Francia y es superior a la superficie total de veinte países europeos. Pero decir esto es enunciar una verdad simplemente aritmética, porque la superficie es, en cierto sentido, la superficie que se usa. Desde ahora, la Argentina reitera que no va a quitarle un metro de tierra a nadie y que, en cuanto a lo que es suyo, buscará las vías pacíficas de recuperación, que inexorablemente prevalecerán. Pero la Argentina también anuncia que conquistará su propio territorio y que no abandonará más tierras por no saber qué hacer con ellas.
La red fluvial formada por los ríos Negro, Neuquén, Limay y afluentes es la más importante entre las que se hallan totalmente bajo la soberanía argentina. Las obras del Chocón-Cerros Colorados no fueron realizadas por los argentinos para que las ovejas tuvieran electricidad, como irónicamente preguntó cierta vez un gobernante extranjero. Pero es verdad que, hasta ahora, la energía Chocón se dedica casi exclusivamente a Buenos Aires y el Gran Buenos Aires. Sin embargo, la obra del Chocón-Cerros Colorados era la primera etapa de un amplio plan energético, que no ha podido avanzar de acuerdo a las necesidades del país. Es cierto que uno de los objetivos del emprendimiento fue suplir el déficit general de energía; pero es más cierto aún que el objetivo básico y fundamental de la obra debía ser la promoción de la Patagonia. Y para que el Chocón sirva efectivamente a la Patagonia es necesaria una política nacional para la Patagonia. Esa política debe incluir las obras de infraestructuras necesarias; el asentamiento de pobladores en el Sur; la explotación de las riquezas mineras; la integración vial, tendiendo los puentes que están faltando; la construcción de puertos y de puertos de aguas profundas; la radicación de industrias; el desarrollo de industrias electrointensivas (como el aluminio); la promoción de la petroquímica; la puesta en pie y el despliegue de todas las posibilidades turísticas que brinda la región.
No es improvisación
Existe una tendencia hacia la Patagonia y hacia la Patagonia litoral que se insinúa en medidas anteriores que deberán ser integradas. Por ejemplo, en la provincia de Buenos Aires, el trazado de la ruta costera o ruta provincial Nº 11 constituye la punta de una política cuyo sentido es por una parte turístico; pero que, por otra, genera condiciones para que, siguiendo el curso de esa ruta hacia el Sur, se establezcan nuevas industrias. De tal manera, de la ruta costera hacia afuera hay un espacio para le recreación y el turismo y de la ruta costera hacia adentro hay un espacio para el desarrollo agroindustrial.
Nuestro Océano Atlántico es siempre el otro dato de este avance hacia el Sur, hacia el mar y hacia el frío. Interesa también analizar nuestro Océano Atlántico como un punto de convergencia con otros países, porque es un óptimo marco de colaboración, de estudios, de investigación, de comercio, de explotación pesquera, de búsqueda de energía. Es, también, otra llanura que nos falta conquistar. Un gran pensador señaló que las fronteras no son líneas de puntos, sino que las fronteras son hechos.
La nueva política con respecto al Sur incluirá una activación intensiva de la Universidad Nacional de la Patagonia, con un redimensionamiento racional de toda la política cultural, qué será necesario desarrollar en este país que se prepara definitivamente para ingresar en el siglo XXI.
La transformación que iniciamos, y que tiene como marco de referencia a la Patagonia, no responde de ninguna manera a una improvisación. Esta marcha hacia el Sur estaba implícita en nuestros programas y en nuestras promesas, en nuestros planes y en nuestras medidas de gobierno; pero, sobre todo, en nuestros sueños. Así, por ejemplo, el lanzamiento del llamado Plan Austral y, sobre todo, la denominación de la nueva moneda fueron ya indicadores de la concientización que se buscaba lograr.
Existe una tendencia hacia la Patagonia y hacia la Patagonia litoral que se insinúa en medidas anteriores que deberán ser integradas. Por ejemplo, en la provincia de Buenos Aires, el trazado de la ruta costera o ruta provincial Nº 11 constituye la punta de una política cuyo sentido es por una parte turístico; pero que, por otra, genera condiciones para que, siguiendo el curso de esa ruta hacia el Sur, se establezcan nuevas industrias. De tal manera, de la ruta costera hacia afuera hay un espacio para le recreación y el turismo y de la ruta costera hacia adentro hay un espacio para el desarrollo agroindustrial.
Nuestro Océano Atlántico es siempre el otro dato de este avance hacia el Sur, hacia el mar y hacia el frío. Interesa también analizar nuestro Océano Atlántico como un punto de convergencia con otros países, porque es un óptimo marco de colaboración, de estudios, de investigación, de comercio, de explotación pesquera, de búsqueda de energía. Es, también, otra llanura que nos falta conquistar. Un gran pensador señaló que las fronteras no son líneas de puntos, sino que las fronteras son hechos.
La nueva política con respecto al Sur incluirá una activación intensiva de la Universidad Nacional de la Patagonia, con un redimensionamiento racional de toda la política cultural, qué será necesario desarrollar en este país que se prepara definitivamente para ingresar en el siglo XXI.
La transformación que iniciamos, y que tiene como marco de referencia a la Patagonia, no responde de ninguna manera a una improvisación. Esta marcha hacia el Sur estaba implícita en nuestros programas y en nuestras promesas, en nuestros planes y en nuestras medidas de gobierno; pero, sobre todo, en nuestros sueños. Así, por ejemplo, el lanzamiento del llamado Plan Austral y, sobre todo, la denominación de la nueva moneda fueron ya indicadores de la concientización que se buscaba lograr.
Traslado de entes estatales
La península sureña que compartimos con Chile marca nuestra definitiva esencia austral. La recuperación de esa esencia austral en el reconocimiento de aquello que somos implicará cambios muy rotundos y la iniciación de un debate con respecto a nuestra misma geografía política. La generación del 80 trazó un proyecto que obtuvo resultados significativos, pero que llegó a su punto de agotamiento histórico. Esa generación del 80 presuponía que los términos del intercambio seguirían siendo indefinidamente favorables para la Argentina y que las vías ferroviarias que desembocan en el río de la Plata marcaban el modo exacto de la realidad. Ese proyecto funcionó durante mucho tiempo aceptablemente bien e, inclusive, implicó una lectura de la realidad internacional que entonces era realista. Pero hoy nos vemos enfrentados a nuevos desafíos y uno de esos desafíos es la conquista de espacios, en forma tal de lograr al mismo tiempo avanzar hacia el Sur y alcanzar una más efectiva descentralización de la República con sentido federal.
No emprenderíamos ese camino solamente para un mecánico traslado de gente y mucho menos para una mudanza burocrática. Pero es posible lograr una aceptable descentralización de la administración pública y el traslado de algunos entes estatales al interior del país.
La ciudad de Buenos Aires marca gran parte de la historia de los aciertos, de las dificultades, de los éxitos y de los errores de quienes fueron construyendo la nacionalidad. Juan de Garay fundó por segunda vez a la ciudad de Buenos Aires regresando la Asunción del Paraguay, caminando desde el Norte hacia el Sur.
Buenos Aires fue creciendo en importancia con la Independencia. El proyecto de Rivadavia de dividir en dos a la provincia -con capitales en San Nicolás y en Chascomús- no prosperó. La campaña al desierto de 1833 agregó tierras y seguridad a las estancias bonaerenses, que ya llegaban entonces hasta el río Colorado. De allí surgió una compleja historia hasta el momento en que se formalizó una realidad, al comprobarse en 1880 el hecho de que Buenos Aires es la capital de la República.
Se hacía necesario avanzar hacia el Sur; pero era incontrastable que la Revolución de Mayo se había hecho de Sur a Norte, quedando el resto casi como territorio postergado u olvidado. Durante toda la vida independiente el eje de los ríos Paraná-Río de la Plata constituyó una exploración de las descompensaciones que se fueron generando en nuestra geografía política y, por supuesto, en nuestra geografía económica.
La península sureña que compartimos con Chile marca nuestra definitiva esencia austral. La recuperación de esa esencia austral en el reconocimiento de aquello que somos implicará cambios muy rotundos y la iniciación de un debate con respecto a nuestra misma geografía política. La generación del 80 trazó un proyecto que obtuvo resultados significativos, pero que llegó a su punto de agotamiento histórico. Esa generación del 80 presuponía que los términos del intercambio seguirían siendo indefinidamente favorables para la Argentina y que las vías ferroviarias que desembocan en el río de la Plata marcaban el modo exacto de la realidad. Ese proyecto funcionó durante mucho tiempo aceptablemente bien e, inclusive, implicó una lectura de la realidad internacional que entonces era realista. Pero hoy nos vemos enfrentados a nuevos desafíos y uno de esos desafíos es la conquista de espacios, en forma tal de lograr al mismo tiempo avanzar hacia el Sur y alcanzar una más efectiva descentralización de la República con sentido federal.
No emprenderíamos ese camino solamente para un mecánico traslado de gente y mucho menos para una mudanza burocrática. Pero es posible lograr una aceptable descentralización de la administración pública y el traslado de algunos entes estatales al interior del país.
La ciudad de Buenos Aires marca gran parte de la historia de los aciertos, de las dificultades, de los éxitos y de los errores de quienes fueron construyendo la nacionalidad. Juan de Garay fundó por segunda vez a la ciudad de Buenos Aires regresando la Asunción del Paraguay, caminando desde el Norte hacia el Sur.
Buenos Aires fue creciendo en importancia con la Independencia. El proyecto de Rivadavia de dividir en dos a la provincia -con capitales en San Nicolás y en Chascomús- no prosperó. La campaña al desierto de 1833 agregó tierras y seguridad a las estancias bonaerenses, que ya llegaban entonces hasta el río Colorado. De allí surgió una compleja historia hasta el momento en que se formalizó una realidad, al comprobarse en 1880 el hecho de que Buenos Aires es la capital de la República.
Se hacía necesario avanzar hacia el Sur; pero era incontrastable que la Revolución de Mayo se había hecho de Sur a Norte, quedando el resto casi como territorio postergado u olvidado. Durante toda la vida independiente el eje de los ríos Paraná-Río de la Plata constituyó una exploración de las descompensaciones que se fueron generando en nuestra geografía política y, por supuesto, en nuestra geografía económica.
Adalides de la reubicación
Tres elementos explican la macrocefalia: el puerto, la administración nacional y el área productiva. Sin embargo, casi desde el primer momento, fueron surgiendo ideas de trasladar la capital. El proyecto de reubicar la capital tuvo su primer adalid en un hombre tan unitario como Bernardino Rivadavia; Urquiza llevó consigo la capital a Paraná; Sarmiento osciló entre su tesis de Argirópolis, ubicando la sede en la isla Martín García, como zona neutral para buscar la integración entre la Argentina, el Uruguay y el Paraguay, y la ciudad de Rosario. El Congreso de la Independencia había funcionado en San Miguel del Tucumán, y no por casualidad, sino por el peso que tenía el Norte en esos momentos. El Congreso Constituyente sesionó en Santa Fe. Las sedes de la administración nacional podían cambiar, pero el gobierno retomaba siempre a Buenos Aires.
Luego surgieron distintas ideas, como la de ubicar la Capital en el ángulo común de las provincias de La Pampa, San Luís y Córdoba, utilizando la infraestructura básica de alguna ciudad ya establecida. En 1955, tomó fuerza la idea de llevar la Capital a Córdoba, que por razones políticas llegó a ser durante unos días sede del gobierno nacional, o a Santiago del Estero. La Convención Constituyente de 1957 se reuniría luego fuera de la Capital.
Si a la visión de la Argentina se aplica la misma lógica que utilizaron en su momento países como el Brasil o los Estados Unidos, marchando desde las zonas pobladas hacia las menos pobladas, la respuesta al problema de la ubicación de la Capital no puede sino ser encontrada en la Patagonia.
Tres elementos explican la macrocefalia: el puerto, la administración nacional y el área productiva. Sin embargo, casi desde el primer momento, fueron surgiendo ideas de trasladar la capital. El proyecto de reubicar la capital tuvo su primer adalid en un hombre tan unitario como Bernardino Rivadavia; Urquiza llevó consigo la capital a Paraná; Sarmiento osciló entre su tesis de Argirópolis, ubicando la sede en la isla Martín García, como zona neutral para buscar la integración entre la Argentina, el Uruguay y el Paraguay, y la ciudad de Rosario. El Congreso de la Independencia había funcionado en San Miguel del Tucumán, y no por casualidad, sino por el peso que tenía el Norte en esos momentos. El Congreso Constituyente sesionó en Santa Fe. Las sedes de la administración nacional podían cambiar, pero el gobierno retomaba siempre a Buenos Aires.
Luego surgieron distintas ideas, como la de ubicar la Capital en el ángulo común de las provincias de La Pampa, San Luís y Córdoba, utilizando la infraestructura básica de alguna ciudad ya establecida. En 1955, tomó fuerza la idea de llevar la Capital a Córdoba, que por razones políticas llegó a ser durante unos días sede del gobierno nacional, o a Santiago del Estero. La Convención Constituyente de 1957 se reuniría luego fuera de la Capital.
Si a la visión de la Argentina se aplica la misma lógica que utilizaron en su momento países como el Brasil o los Estados Unidos, marchando desde las zonas pobladas hacia las menos pobladas, la respuesta al problema de la ubicación de la Capital no puede sino ser encontrada en la Patagonia.
¿Por que Viedma?
Si la marcha debe ser hacia el Sur, hacia los desiertos o semidesiertos terrestres y oceánicos del Sur, pueden comenzar a enunciarse las principales ideas que giraron en torno de un traslado de la Capital. Esas ideas fueron fundamentalmente cuatro: buscar un punto entre la intersección de los ríos Limay, Neuquén y Negro, por su valor energético; llevar la administración a la ciudad de Choele Choel; extender las líneas hasta encontrar un punto en la misma Santa Cruz, combinando esa elección con la construcción de un puerto de aguas profundas en la zona, o buscar el camino a través de la desembocadura del río Negro en el Atlántico, en una zona poblada que permitiera, al mismo tiempo, el contacto con la pampa húmeda, la cercanía inmediata con el Sur de la provincia de Buenos Aires y la apertura oceánica, lo que daría por resultado inevitablemente la elección de Viedma, ciudad unida a Carmen de Patagones simplemente a través de un puente.
Viedma posee la ventaja inicial dé ofrecer una infraestructura urbana en la zona conveniente. De convertirse en capital de la República, se adoptaría el criterio de aquellos países que no eligen a la sede de su administración nacional entre las grandes ciudades, sino optan por un centro mediano. Quizás el ejemplo más parecido en este sentido es el que ofreció Alemania Federal al decidirse por Bonn. Pero, como en los casos de los Estados Unidos, de la Unión Soviética, de China y del Brasil, se resolvería con un criterio geográfico y político vinculado al proyecto nacional en marcha, privilegiándose, por una parte, la. Patagonia; pero por otra parte, a aquella punta norteña de la Patagonia que se enlaza físicamente con la pampa húmeda. La nueva capital sería una ciudad que, ubicada en la desembocadura de un río, que está a pocos kilómetros del océano, generaría, naturalmente, una doble franja, con una línea que apunta hacia el mar y el desarrollo turístico recreativo y deportivo, y una línea que apunta hacia adentro, hacia las zonas de explotación agroindustrial.
Si la marcha debe ser hacia el Sur, hacia los desiertos o semidesiertos terrestres y oceánicos del Sur, pueden comenzar a enunciarse las principales ideas que giraron en torno de un traslado de la Capital. Esas ideas fueron fundamentalmente cuatro: buscar un punto entre la intersección de los ríos Limay, Neuquén y Negro, por su valor energético; llevar la administración a la ciudad de Choele Choel; extender las líneas hasta encontrar un punto en la misma Santa Cruz, combinando esa elección con la construcción de un puerto de aguas profundas en la zona, o buscar el camino a través de la desembocadura del río Negro en el Atlántico, en una zona poblada que permitiera, al mismo tiempo, el contacto con la pampa húmeda, la cercanía inmediata con el Sur de la provincia de Buenos Aires y la apertura oceánica, lo que daría por resultado inevitablemente la elección de Viedma, ciudad unida a Carmen de Patagones simplemente a través de un puente.
Viedma posee la ventaja inicial dé ofrecer una infraestructura urbana en la zona conveniente. De convertirse en capital de la República, se adoptaría el criterio de aquellos países que no eligen a la sede de su administración nacional entre las grandes ciudades, sino optan por un centro mediano. Quizás el ejemplo más parecido en este sentido es el que ofreció Alemania Federal al decidirse por Bonn. Pero, como en los casos de los Estados Unidos, de la Unión Soviética, de China y del Brasil, se resolvería con un criterio geográfico y político vinculado al proyecto nacional en marcha, privilegiándose, por una parte, la. Patagonia; pero por otra parte, a aquella punta norteña de la Patagonia que se enlaza físicamente con la pampa húmeda. La nueva capital sería una ciudad que, ubicada en la desembocadura de un río, que está a pocos kilómetros del océano, generaría, naturalmente, una doble franja, con una línea que apunta hacia el mar y el desarrollo turístico recreativo y deportivo, y una línea que apunta hacia adentro, hacia las zonas de explotación agroindustrial.
El remordimiento de la inacción política
Señores: La unidad nacional consiste en que cada uno trate a los demás como prójimos, como próximos, como muy cercanos, como a otros que son como nosotros.
La idea de unidad nacional está en el corazón mismo del razonamiento ético. Cualquiera que fuere la confesión religiosa, la escuela filosófica o la ideología política, la ética consiste siempre en renunciar a una parte de lo que cada uno quiere o necesita en función de lo que quiere o necesita el conjunto de la sociedad. Todo razonamiento ético se basa en el reconocimiento de los derechos propios de los demás.
La justicia no existe sino como búsqueda incesante de la justicia. Existen desigualdades insalvables derivadas del tiempo que toca a cada uno vivir, del espacio que toca a cada uno ocupar, de las condiciones naturales de la cultura y de las miles de limitaciones que encuentra la condición humana en su incansable intento por alcanzar la felicidad. Pero constituye una obligación ética insoslayable tratar de lograr una creciente situación de igualdad, tratar de generar una justicia siempre renovada.
Hasta ahora hemos formulado algunas consideraciones geográficas, históricas y políticas; pero debemos decir que la existencia de una enorme franja de país segregado, y muchas veces olvidado, constituye también un trastorno de la ética. Sería aceptar situaciones de injusticia no reparar el hecho de que la Patagonia, más extensa que muchos países importantes, vivió explotada en sus recursos sin obtener el reconocimiento lógico del sacrificio de sus ciudadanos.
No convocamos a un esfuerzo sin pensar en los destinatarios muy directos de ese esfuerzo, que son nuestros compatriotas sureños.
En nuestro mensaje del 10 de diciembre de 1983, dijimos: “Mediremos nuestros actos para no dañar a nuestros contemporáneos en nombre de un futuro lejano. Pero nos empeñaremos, al mismo tiempo, en la lucha por la conquista del futuro previsible, porque negarnos a luchar por mejorar a los hombres mismos, en términos previsibles, sería hundirnos en la ciénaga del conformismo. Y toda inacción en política, como dijo el actual Pontífice, sólo puede desarrollarse sobre el fondo de un gigantesco remordimiento. La acción, ya lo sabemos, no llevará a la perfección: la democracia es el único sistema que sabe de sus imperfecciones. Pero nosotros daremos de nuevo a la política, la dimensión humana que está en las raíces de nuestro pensamiento”.
Señores: La unidad nacional consiste en que cada uno trate a los demás como prójimos, como próximos, como muy cercanos, como a otros que son como nosotros.
La idea de unidad nacional está en el corazón mismo del razonamiento ético. Cualquiera que fuere la confesión religiosa, la escuela filosófica o la ideología política, la ética consiste siempre en renunciar a una parte de lo que cada uno quiere o necesita en función de lo que quiere o necesita el conjunto de la sociedad. Todo razonamiento ético se basa en el reconocimiento de los derechos propios de los demás.
La justicia no existe sino como búsqueda incesante de la justicia. Existen desigualdades insalvables derivadas del tiempo que toca a cada uno vivir, del espacio que toca a cada uno ocupar, de las condiciones naturales de la cultura y de las miles de limitaciones que encuentra la condición humana en su incansable intento por alcanzar la felicidad. Pero constituye una obligación ética insoslayable tratar de lograr una creciente situación de igualdad, tratar de generar una justicia siempre renovada.
Hasta ahora hemos formulado algunas consideraciones geográficas, históricas y políticas; pero debemos decir que la existencia de una enorme franja de país segregado, y muchas veces olvidado, constituye también un trastorno de la ética. Sería aceptar situaciones de injusticia no reparar el hecho de que la Patagonia, más extensa que muchos países importantes, vivió explotada en sus recursos sin obtener el reconocimiento lógico del sacrificio de sus ciudadanos.
No convocamos a un esfuerzo sin pensar en los destinatarios muy directos de ese esfuerzo, que son nuestros compatriotas sureños.
En nuestro mensaje del 10 de diciembre de 1983, dijimos: “Mediremos nuestros actos para no dañar a nuestros contemporáneos en nombre de un futuro lejano. Pero nos empeñaremos, al mismo tiempo, en la lucha por la conquista del futuro previsible, porque negarnos a luchar por mejorar a los hombres mismos, en términos previsibles, sería hundirnos en la ciénaga del conformismo. Y toda inacción en política, como dijo el actual Pontífice, sólo puede desarrollarse sobre el fondo de un gigantesco remordimiento. La acción, ya lo sabemos, no llevará a la perfección: la democracia es el único sistema que sabe de sus imperfecciones. Pero nosotros daremos de nuevo a la política, la dimensión humana que está en las raíces de nuestro pensamiento”.
FUENTE: Extraido del libro "La Nueva Capital" de Elva Roulet, publicado por la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires y la Fundación Jorge Esteban Roulet en el año 1987.
1 comentario:
Excelente Discurso. Muy bueno, la verdad que falta hace un politico como Raul en estos tiempos de bastardeos a las instituciones, incluida la Democracia.
Gracias por compartirlo.
Saludos.
Matias
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