Por Félix Luna
“La capital que debe tener la Argentina debe ser pequeña y aburrida. Tal como lo fue Paraná en los tiempos de la Confederación. En primer lugar, porque ésa sería la manera de que gobernantes y [funcionarios] se consagraran a sus funciones de modo excluyente.
Además, porque una ubicación con estas características restaría atracción a la carrera política y a la función pública, seleccionando a quienes tuvieran una auténtica vocación por ellas.
Ya no sería una granjería una banca de diputado, sino una alternativa de trabajo; y el puesto público no sería el premio de inservibles u ociosos sino un ejercicio full time para el que quiera seguir la carrera [auténtica] del servicio público.
Buenos Aires ha sido desde 1880 un objetivo de vida para los provincianos de algún relieve, y en gran medida constituyó el motor de la enorme migración de personalidades que fueron vaciando las entidades federales de sus mejores valores humanos.
Una capital pequeña, funcional, adaptada para alojar a los organismos nacionales necesarios, desalentaría las excrecencias que han obstaculizado el sano ejercicio de las funciones [públicas] y administrativas, purificaría, diríamos, la actividad pública y establecería un ámbito de consagración exclusiva donde no podrían vivir ni trabajar quienes no sintieran la más fuerte atracción por sus tareas".
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